“Para siempre cerraste alguna puerta y hay un espejo que te aguarda en vano”, escribió Borges en alguno de sus poemas y yo guardé esa frase como recordatorio de que en la vida hay cosas que uno va dejando o deja para siempre sin darse cuenta. Por eso, cuando existe la posibilidad de despedirse, cuando uno sabe que se va, hay que despedirse, hay que celebrar el adiós, asunto paradójico, porque no hay adiós que no sea triste.
Fray Servando Teresa de Mier hizo una fiesta del adiós pocos días antes de su muerte; el poeta Alejandro Aura, consciente de su partida, escribió una hermosa “Despedida” como colofón de su vida:
“Así pues, hay que en algún momento cerrar la cuenta,
pedir los abrigos y marcharnos,
aquí se quedarán las cosas que trajimos al siglo
y en las que cada uno pusimos nuestra identidad;
se quedarán los demás, que cada vez son otros
y entre los cuales habrá de construirse lo que sigue,
también el hueco de nuestra imaginación se queda
para que entre todos se encarguen de llenarlo,
y nos vamos a nada limpiamente como las plantas,
como los pájaros, como todo lo que está vivo un tiempo
y luego, sin rencor, deja de estarlo”.
Inolvidable también me resulta el: “Esta es la última vez que nos encontramos. Con esa convicción digo adiós” con que Miguel Ángel Granados Chapa despidió su Plaza Pública, que tantos leímos durante décadas.
En fin, que la vida puede ser vista como una práctica de adioses. Vinimos a este mundo a despedirnos. Y esto me recuerda a una tía que quiero mucho que cada que llega a la casa lo primero que dice es “¡Ya me voy!”, convirtiendo su visita en una larga despedida, aunque no tan larga como para decirle: “El que mucho se despide pocas ganas tiene de irse”.
Las despedidas también son buenas para rememorar ciertas cosas. Hoy recuerdo, por ejemplo, que escribí mi primera columna hablando del “tapado” Salinas de Gortari para una revista llamada Faces que hacía en la prepa con mi amigo Témoris Grecko y otros loquillos, allá por mayo de 1988. En el 91 empecé a publicar mi columna dominical de lucha libre en el periódico El Nacional y después otra columna de lucha libre, llamada “La Ley de Herodes”, que publicaba en la revista Arena de lucha libre, donde la actual primera dama se llevó la portada en bikini al lado del luchador gringo Black Magic. Luego escribí una columna llamada “Música para hacer el amor” con un alter-ego femenino llamado Susy Q, para la revista de rock La Mosca. En 1997 empecé a publicar “Días Extraños”, mi columna política en Milenio Semanal, que luego migró a La Revista de El Universal y finalmente al semanario Eme Equis. En Milenio diario hice las columnas “Terror doméstico” y “Política Cero”, misma que luego le heredé a mi querido Jairo Calixto Albarrán; en Playboy escribí un tiempo la columna “Hotel Garage” y en Rolling Stone, “Elvis está vivo”.
Sin embargo, cuando hace cuatro años aproximadamente Carolina Rocha y Gustavo Guzmán me invitaron a ser parte de la plana editorial de Máspormás, llevaba mucho sin escribir una columna para algún medio. Me sentía francamente decepcionado del rumbo que estaban tomando los periódicos y revistas en México y peor aún, de la ruta acrítica y progobiernista de la mayoría de los editorialistas que publicaban en ese momento. Así que la invitación de Máspormás la tomé con gusto y entusiasmo, y mientras duró fue de una absoluta y muy gozosa libertad. Realmente fue un honor poder leer cada semana y compartir este espacio con querid@s y admirad@s amig@s como Lydia Cacho, Diego Enrique Osorno, Alejandro Almazán, Wilbert Torre, Guillermo Osorno, Antonio Ortuño, Alfredo Sánchez y much@s más. A estas alturas del sexenio ya cualquier pendejo critica a Peña Nieto y a su gabinete, pero hubo un momento en que sólo la plana editorial de este periódico se mantuvo firme y crítica, mientras otros medios le aplaudían y le creían eso del “Saving México”.
LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE FERNANDO RIVERA CALDERÓN: CADA QUIEN SU MANTRA
En este molcajete pude verter todo tipo de inquietudes y reflexiones, conté del día que saquearon mi departamento en la Campestre Churubusco y de la última vez que se metió un tipo a mi casa y terminó asaltándome la policía, narré la triste historia de don Ray, el Rey del taco al pastor, caído en desgracia e hice la crónica del primer partido de la selección femenil de futbol de México en Oriente Medio. También les conté del día que Facundo Cabral llevó a la Madre Teresa de Calcuta al Tenampa. He manifestado mi inconformidad por las cacas que a cada instante te salen al paso en la ciudad y del miedo a los aviones. He escrito canciones, oraciones, fábulas, poemas y hasta un instructivo de cómo matar moscas con este periódico. Siempre divertido y encabronado, indignado pero también feliz de poder compartir mi punto de vista en un tiempo donde a muchos compañeros se les impone otro punto de vista para compartir como propio. Y lo peor es que lo aceptan.
Aprovecho también para comunicar que de todos los textos publicados en este espacio ninguno tuvo tanto éxito y lectores como el de “Norberto y el Ano”, publicado en agosto del 2016, asunto que quedará registrado en los anales del periodismo eclesiástico.
En fin, que este “Molcajete Cósmico” hoy llega a su fin. Así como en las madrugadas chilangas el taquero empieza a raspar con el cucharón el fondo del molcajete para extraer los últimos reductos del guacamole, he raspado algunas memorias de mi trompo al pastor mental y les he puesto piñita para compartirlas con ustedes. Extrañaré no sólo escribir este texto y compartir en la calle y en las redes sociales sus comentarios y reflexiones, sino también leer estas páginas tan disfrutables en tiempos en que la opinión se ha vuelto homogénea y deslactosada. Las circunstancias nos obligan a llevar estos debates, ideas e inquietudes a la mesa de algún bar donde seguiremos intentando arreglar el mundo, como ya lo veníamos haciendo desde antes. Gracias a Carolina, a Gustavo, a Ilse y a toda la banda que hizo posible esta bella aventura, así como larga vida a este espacio de periodismo libre y valiente, hecho por y para quienes amamos profundamente a esta ciudad de locos.
Ya nos volveremos a leer, que es lo mismo que volvernos a encontrar. Gracias Máspormás. ¡Hasta la Victoria Secret!