Mientras el modelo económico neoliberal pugna por la desaparición de las fronteras en aras de formar un gran mercado global, las fronteras de la desigualdad, raciales o de credos religiosos cada vez son más palpables y agudizan las inmensas y en muchas ocasiones trágicas diferencias que existen entre los seres humanos en todo el mundo. Apenas hace unos días un barco con cientos de migrantes africanos naufragó en una nueva muestra de las dramáticas distancias que separan las lindes europeas de las africanas. La frontera norte de nuestro país es otro ejemplo de cómo una línea territorial cercena en dos mitades opuestas las posibilidades de vida. No hay que ir tan lejos: en esta ciudad apenas una cuadra es capaz de separar la opulencia más desvergonzada de la pobreza más oprobiosa.
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El concepto de frontera es uno de los temas principales de la muestra que se exhibe actualmente en el Museo Tamayo del artista belga avecindado en México Francis Alÿs. Mediante instalaciones, videos y pinturas, Alÿs crea intersticios en los que dos poblaciones antagónicas puedan reconocerse entre sí. Más que exhibir las brutales diferencias que un trazo arbitrario puede generar, Alÿs busca posibles puntos de encuentro. Estados Unidos y Cuba unidos mediante una línea recta realizada con barcos pequeños, España y Marruecos conectados mediante “embarcaciones” realizadas con chanclas de hule lanzadas al mar por niños en ambas costas. Si las fronteras por definición son utilizadas para crear diferencias, lo que el artista belga propone es encontrar zonas de coincidencia y, sobre todo, de conciencia colectiva.
La muestra refleja el carácter polifacético de Alÿs cuyas férreas convicciones políticas de denuncia contrastan con los hermosos y conmovedores ejercicios visuales que utiliza para exponerlas. La videoinstalación Reel – Unreel, por ejemplo, muestra a dos niños corriendo por la ciudad de Kabul en una enfebrecida carrera: uno desenrollando una cinta cinematográfica y el otro siguiendo los pasos de éste enrollándola en otro carrete. Como pequeños y modernos sísifos, los niños corren por la ciudad mostrando a su paso helicópteros de las fuerzas armadas norteamericanas, un bullicioso y caótico tránsito, cabras y pastores, moradas de adobe y un inmenso paisaje de tierra. Las imágenes desfilan en un trasfondo enloquecido que exhibe de manera contundente la absurda ocupación norteamericana en Afganistán.
Los puntos de encuentro que busca Francis Alÿs pretenden atenuar la amenazante condición de extranjero que tanta violencia y sufrimiento han generado en la Historia. Mediante un mensaje brillante y sencillo pretende establecer la posibilidad de reconocernos incluso en aquellos y con aquellos que habitan las latitudes y realidades más distantes a la nuestra.
(Diego Rabasa)