En medio del ruido de motores que acribillaban la mañana, por la ventanilla del auto ella observó una esquina del DF. “¿Ya viste, papá?”, dijo, y giré la vista a donde el índice de mi pequeña hija señalaba: rodeada de personas que caminaban apuradas, de gente en espera del microbús, una niña de unos 7 años dormía en la vereda, tirada como un feto en su cama de cartones.
No supe qué contestar. Me quedé en silencio metido en mi México que ve desde su ventana a ese otro México, desgarradoramente distinto aunque sea el mismo.
Pensé en soltar a la pequeña un discurso justiciero sobre este país partido en dos, con aquello de: “En México pocos tienen mucho y muchos tienen poco”.
Quizá no hubiera estado tan mal: segundos después, al continuar por Avenida Universidad, advertí que la niña dormía al pie de la concesionaria Lincoln. A plena luz del día, en horas de ir a la escuela.
Un escenario de 9 mts cuadrados ilustraba nuestro país: adelante y abajo, a la vista de todos, una menor dormía desamparada. Atrás suyo, como muralla del imperial libre mercado se alzaba un escaparate con portentosos autos de cientos de miles de pesos que esa niña nunca tendrá, ni sus hijos, ni los hijos de sus hijos. Para unos mexicanos el lujo es el grito de su poder; para otros, un cacho de pavimento donde recostarse.
Al final, lo que volante en mano dije a mi hija fue: “Esfuérzate para que eso ya no pase”. Me contestó con la pregunta que muchos nos hacemos: “¿Qué hago?”. Me escabullí: “Eso te corresponde averiguarlo a ti. Ya encontrarás la manera”.
Mi respuesta me dejó tranquilo: de mi boca había salido una frase con una especie de empaque literario-educativo. Aunque inútil.
Minutos después me enteré que una pipa había vuelto escombros el Hospital Materno Infantil de Cuajimalpa, donde murieron 2 adultos, 2 bebés y 17 personas más (nueve niños) salieron con gravísimas lesiones. Escribió la periodista Alice Pipitone: “Ninguna autoridad local que regule y supervise las pipas de gas + 1 Secretaría de Salud que contrata el servicio para sus clínicas a una empresa con pésimos antecedentes + 1 hospital cuyo cunero y sala de emergencia están a un costado de la toma del gas + el mismo hospital sin salidas de emergencia”. A la desgracia se la trabaja.
En México, los niños ya no sólo están condenados a la horca de la miseria: la negligencia deja un hospital infantil como tras un bombardeo, la guerra del narco mata menores de los que ni cifras hay, 70 mil niños están secuestrados por las redes de trata de personas, 49 pequeñitos mueren quemados o por asfixia en su guardería. Esto es: nuestros niños están atrapados en el cobarde fuego adulto.
Qué puede valer el “Esfuérzate para que eso ya no pase” que cualquier padre aconseje a su hijo, si a los niños, lo más sagrado, se les arranca la vida.
( Aníbal Santiago)