En 2003 el documentalista norteamericano Andrew Jarecki provocó una gran controversia con su cinta Capturing the Friedmans. En ella Jarecki investiga los pormenores de un sonado caso de pederastia en los Estados Unidos que condenó a Arnold Friedman y su hijo Jesee por abuso sexual en los años ochenta. Más allá de la inocencia o la culpabilidad de uno o ambos, el documental muestra dos asuntos primordiales del sistema judicial norteamericano y en última instancia de dicha sociedad de manera muy contundente: la persuasión pública es más poderosa e importante que los hechos y en una contienda, como dijera el famoso entrenador de futbol americano Vince Lombardi, ganar no lo es todo, es lo único.
La influencia de dichos valores en nuestra cultura es abrumadora y evidente. Sólo hay que mirar el caso del reciente proceso electoral para comprobarlo. A pesar de las decenas de atentados que hubo en contra de candidatos, de las manifestaciones flagrantes de compra o coacción de voto, de las constantes trasgresiones legales de los partidos -que tuvieron su glorioso colofón en la campaña orquestada por el partido Verde, de la mano de las televisoras, en la que decenas de zombies de la farándula y el mundo deportivo realizaron proselitismo el día de la elección-, el día de hoy la discusión parece centrarse únicamente en recoger los resultados del recuento de votos. Por supuesto que los resultados de los comicios son fundamentales y trascendentes, pero la forma en la que se desarrollaron las campañas, independientemente de lo que hayan arrojado los conteos, configura un retrato puntual del país en el que vivimos. Como lo han dicho numerosos escritores como Sergio González Rodríguez, Diego Enrique Osorno, Denise Dresser o Antonio Ortuño, por mencionar sólo algunos, la democracia supone mucho más que la simple emisión y el posterior conteo de votos. Y lo que arrojó la jornada electoral desde las campañas hasta su consecución el día de ayer es un saldo alarmante, denigrante y preocupante. Nociones que contrastan con la simulación de normalidad que el gobierno, los partidos y las autoridades electorales quieren promover.
(DIEGO RABASA)