Estamos acostumbrados a que sean los artistas los que nos abran la mente, pero revolucionarios hay en todas partes, también en el box. El viernes pasado murió Muhammad Ali (nacido Cassius Clay), uno de los grandes hombres del siglo XX. Esta semana me he dedicado a ver sus entrevistas, a leer sus obituarios y a disfrutar sus irreverentes declaraciones. Borges decía que, para ser verdaderamente bueno la fórmula era la siguiente: 30% de talento, 70% de dedicación. Ali lo resumió con estas palabras: “Odié cada minuto de entrenamiento, pero me dije: ‘No renuncies. Sufre ahora y vivirás como un campeón'”. Lo que más anhelaba era triunfar en el box y lo consiguió como nadie. A los 18 años obtuvo una medalla olímpica, después se encargó de derrotar a todos y cada uno de los campeones de su época. De las 61 peleas que llevó a cabo, ganó 56, y 37 de ellas fueron por KO. Tres veces ganó el título mundial de los pesos pesados. La BBC lo eligió como el mejor deportista del siglo XX y el Consejo Mundial del Boxeo lo proclamó “rey del boxeo”. Sin embargo, la mejor pelea la dio contra el coloso Estados Unidos, cuando se negó a enlistarse en el ejército, alegando objeción de conciencia, así como fidelidad a los principios pacifistas de la Nación del Islam. Fue entonces cuando acuñó una de sus frases más famosas: “No tengo problemas con los vietcongs…porque ningún vietcong me ha llamado nunca ‘nigger'”. Denunciaba así la actitud contradictoria del gobierno que exigía a los negros pelear por un país que los segregaba. En represalia, le quitaron el título de Campeón y se le prohibió practicar el boxeo. Aprovechando el revés, Ali se dedicó dar conferencias en las escuelas, en las que abogaba por la igualdad de los seres humanos. Entabló amistad con Malcom X y más tarde con Elijah Muhammad, director en ese entonces de la Nación del Islam. Figuras públicas como John Lennon y Paul McCartney, comprometidas con la paz en el mundo, le demostraron su admiración.
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Ali había nacido cristiano y profesó esa religión hasta que comprendió que el credo era utilizado para someter a los afroamericanos. “Cassius Clay era el nombre de un esclavo, yo no lo elegí. Muhammad Ali, en cambio, es el nombre de alguien libre”. El Islam que Ali defendía era el de la libertad, la paz y la fraternidad entre los hombres. Por eso, tras los atentados del 11 de septiembre del 2001, subrayó que el Islam era una religión de paz y participó en una campaña a favor de las víctimas. Distanciado ya de la Nación del Islam, se adentró en el sufismo, la rama más espiritual de esa religión y se dedicó a la filantropía.
La vida de Muhammad Ali invita a reflexionar. Para mí, representa sobre todo un ejemplo de lucha en contra de los prejuicios, los racistas por supuesto pero también los que han llevado a pensar a millones de personas que el Islam es sinónimo de terrorismo. Revolucionarios y grandes hombres, existen en todas partes, también entre los boxeadores y los islamistas.