Contextualizar a Francisco

 A Paula Canal

 

Desde antes de que el Papa aterrizara en México, mis amigos (progres en su inmensa mayoría) comenzaron a criticarlo con su habitual discurso sarcástico, demeritorio, derrotista, dotado eso sí de un maravilloso sentido del humor. La visita de Mario Bergoglio les parecía humillante en unos casos, ridícula en otros, un escándalo para aquellos que lamentaban los gastos onerosísimos de la visita papal, y que estos se pagaran con nuestros impuestos. Pensaban que, una vez más, los gobernantes aprovecharían la tendencia mojigata de nuestro país para convencernos de que era mejor seguir resignados o, como se dice por ahí, “flojitos y cooperando”. Estoy de acuerdo en que hubo un tema fundamental que fue soslayado y lo lamento profundamente: el abuso sexual que muchos curas han perpetrado en México. Un asunto atroz que sin duda debe resolverse cuanto antes, sin que queden impunes aquellos que lo cometieron. Sin embargo, basta escuchar los resúmenes de los discursos que el Papa dio tanto en el DF como en Morelia, Cd. Juárez o San Cristobal de las Casas para darnos cuenta de que, por una vez, las cosas no se dieron como todo el mundo esperaba. En todos sus actos públicos, el Papa habló de los problemas fundamentales de México, y ya era hora de que una figura pública con tanta autoridad para una inmensa mayoría de nuestros compatriotas denunciara la corrupción, la desigualdad, el racismo, la exclusión, la migración, la violencia impune, los abusos de poder por parte de los políticos, la falta de oportunidades, la miseria, la segregación de los pueblos indígenas, los valores consumistas imperantes en nuestro país, en pocas palabras, que denunciara el estado de podredumbre que ha alcanzado nuestro tejido social. Pero lo más importante de todo lo que dijo aquí ese señor es que nosotros tenemos la obligación de tomar cartas en el asunto, de responsabilizarnos, de actuar en contra del status quo. Muchas personas que han sufrido violencia o abusos de poder, pagan grandes cantidades de dinero a terapeutas o coaches para que les den este tipo de discursos, para que los “empoderen” como se dice en jerga psicológica. La mayoría de los mexicanos no tienen los recursos para darse ese lujo. Pues bien, lo que hizo Mario Bergoglio fue exactamente eso: empoderamiento social, poner en trance, o al menos en ese estado de atención y apertura particular que genera la meditación religiosa, e inocularles la idea de que ellos pueden hacer algo, no sólo por ellos mismos sino por los demás. El discurso que Francisco dio en el CERESO de Ciudad Juárez (el cherry, como le dicen allá), es de celebrar. “Lo que pasó ya pasó, ahora pregúntate cómo puedes hacer para que nadie se vea orillado a hacer lo que tú hiciste, a pasar por lo que tú pasaste (…)no te preguntes por qué estoy aquí sino para qué (…) Quien ha sufrido el dolor al máximo, y que podríamos decir experimentó el infierno, puede volverse un profeta en la sociedad”. Con estas palabras, herederas del discurso de la teología de la liberación, pero humanizadas, renovadas, aterrizadas, les estaba devolviendo su dignidad a los reos (todo lo opuesto a lo que suele hacer nuestro sistema penitenciario), y sobre todo les estaba dando —a ellos y a la gran mayoría de los mexicanos— una tarea muy precisa: “hablen con los suyos, cuenten su experiencia, ayuden a frenar el círculo de la violencia y la exclusión.˝ En un país de agachados, que desde la época de la colonia se consideran a sí mismos víctimas irremediables del abuso de los poderosos, un discurso así se agradece. No sé a ustedes, pero a mí pensar en millones de mexicanos escuchando por la radio este mensaje, este llamado a la acción, al cambio, a levantar la cabeza, me produce escalofríos. Y, a riesgo de que me linchen mis amigos progres, volvería a pagar con mis impuestos una de esas terapias colectivas cada tanto. Aunque yo no sea católica, sería capaz hasta de ponerme a rezar para que el mensaje de Francisco encienda una llama duradera en nuestra sociedad y que ese fuego no se vea apagado por las aguas negras de Televisa y de nuestras tendencias derrotistas.

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A los que a pesar de estos magníficos discursos siguen pensando que la visita del obispo de Roma fue inocua, les invito a que la comparen con la de los anteriores Papas, y sobre todo a mirarlo en su contexto. ¿Qué más esperaban de él?, ¿que pusiera una bomba en Palacio Nacional? Eso no le toca a él. Por si alguien no se ha dado cuenta aún, el señor Mario Bergoglio es un dirigente religioso, no un segundo Che Guevara.