Las maletas son una extensión de nosotros mismos. En ellas guardamos los objetos que consideramos esenciales para sobrevivir en un entorno distinto. Por eso, antes de viajar invertimos tanto tiempo en prepararlas y durante el desplazamiento las cuidamos como si se tratara de un órgano vital. Cuando llega el momento de documentarlas en el mostrador de la compañía de transporte, nos despedimos de ellas con cierta aprensión, sabiendo que a partir de entonces su subsistencia ya no dependerá de nosotros. Lo más común es que uno se olvide de ellas durante el trayecto, pero, al llegar, la angustia se intensifica mientras las esperamos con la vista clavada en la cinta giratoria que reparte el equipaje de todos los demás. Al principio, uno trata de conservar la calma, diciéndose que están ahí aunque no se vean, pero después no queda más remedio que resignarse y acudir al mostrador para reportarlas. La espera puede durar desde una noche hasta el resto de nuestros días.
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La compañía que más me ha sometido a la edificante experiencia de perder mi equipaje es Avianca. La última vez que ocurrió, me pregunté —dado que con ellos el asunto es sistemático— por qué no se me ocurrió meter en mis maleta todas las cosas de las que me encantaría deshacerme. Pensándolo bien, sería maravilloso que existiera una empresa especializada en perder cosas. Un equipo de profesionales que llegara a nuestra casa y empacara todos los objetos rotos o viejos que nunca nos hemos atrevido a desechar, como el calentador averiado, el radio descompuesto del abuelo, la bicicleta rota, los recibos de luz, los estados de cuenta, y luego los desapareciera para siempre. Lo mismo podrían hacer con la hipoteca, las migrañas, las arrugas, las canas, el insomnio, el calor, los enfados, la expareja, o con personajes como Donald Trump o EPN. Bastaría con enviar la foto y la dirección de dichos individuos y en pocos días, por obra y gracia de la empresa, dejarían de sobrepoblar el planeta. No estarían ni muertos ni secuestrados, simplemente perdidos para la eternidad, flotando junto a una cantidad innumerable de mascotas, cartas, llaves y billeteras. Lo mismo podríamos hacer con los episodios incómodos de nuestra existencia. Si hiciste algo de lo que te avergüenzas o si alguien te agravió, llamas a la compañía y lo saca de tu historia. Si deseas deshacerte de ti mismo, contratas el servicio exprés para que hagan desaparecer desde tus vicios hasta la cara que tenías esta mañana en el espejo. Empresarios, atención: hay un nicho de mercado en ese sector que ustedes no deberían dejar pasar. Si Avianca deja de estar tan entretenida perdiendo valijas al azar, podría aprovechar su talento incalculable para estos menesteres y hacerse con el monopolio.