Hace unos días demolieron una casa en Coyoacán, una hermosa casa del siglo XVIII situada en la esquina de Aurora con Ave María. Los vecinos de la cuadra llamaron al INAH para levantar una denuncia. Mientras esperaban, tuvieron tiempo de ver salir por esa puerta rota a martillazos vigas de madera hermosa y pesada, láminas de duela antigua, incluso un nicho con una virgen barroca, rumbo a no se sabe qué deshuesadero de la ciudad. En una de las paredes que separan el predio, se ve un cartel con un número de licencia para demolición que no indica, como estipula la ley, la dirección donde se llevará a cabo la obra. De la casa del siglo XVIII ahora no queda absolutamente nada y el INAH sigue sin manifestarse.
Si Coyoacán ha permanecido a salvo de la marabunta de construcción que arrasó con la colonia del Valle o con la Narvarte es gracias a que está considerado un barrio histórico. A pesar de lo que quisieran las desarrolladoras, lo único que está permitido construir aquí son casas habitaciones unifamiliares, con una altura máxima de siete metros y medio, lo que corresponde a dos buenas plantas o a tres muy bajitas. Cada predio debe dejar 50% de suelo libre de construcción. En Ave María están violando hoy cada una de estas reglas. Después de demoler un edificio histórico, los albañiles se pusieron a excavar para construir algo que a todas luces se perfila como un estacionamiento. Los vecinos han intentado saber qué clase de edificio se va a levantar ahí, pero los dueños del predio no han querido mostrar sus planos arquitectónicos, argumentando que se trata de algo “demasiado íntimo “. Gustavo Baeza, el señor encargado de la obra, se presenta como médico, a pesar de que circula en la camioneta de una desarrolladora curiosamente llamada “Casa Viva” —supongo que como deferencia a las que ha tenido a bien demoler—, en cuyo exterior se muestra el tipo de edificios de departamentos en el que parece especializarse: una de esas nuevas torres sin personalidad, hechas con materiales de octava que proliferan en las colonias gentrificadas.
Hasta ahora la delegación se ha hecho la desentendida. Cuando los vecinos llamaron para denunciar todas estas irregularidades, les dijeron que ellos no sabían nada del asunto. No lo enunciaron, pero quedó muy claro que pretendían seguir así. Hace muchos años que la delegación está tomada por una horda de políticos que piensan en una sola cosa: ensanchar sus bolsillos. El pavimento se cae a pedazos, cada vez hay más robos a casas y automóviles, pero ellos no se enteran.
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Tiempo atrás hubo un caso parecido en la misma calle, cuando los dueños del colegio Montaignac intentaron construir un tercer piso. Los vecinos se organizaron para ir a denunciarlo. No los atendió Heberto Castillo quien era el delegado en aquel entonces, sino el director de obras de la delegación. Su respuesta fue semejante: no sabía nada. Cuando al fin tuvieron acceso a los papeles, resultó que la firma de ese señor con amnesia estaba en todos y cada uno de los permisos chuecos. Esta respuesta de cajón fue la que dio ahora Jaime Valtierra, el actual jefe de asesores. Tampoco él estaba enterado.
Es obvio que en Coyoacán la sociedad civil debe llevar a cabo la labor de las autoridades: vigilar que se cumpla la ley no sólo contra los constructores abusivos, sino contra las autoridades mismas. ¿Quiénes son los responsables del atropello que está ocurriendo en Ave María frente a nuestras narices? No es sólo el señor Baeza, es el INAH, el Gobierno de Coyoacán, presidido por Valentín Maldonado, y es también el gobierno de Miguel Ángel Mancera. ¿Hasta dónde puede llegar su sordera? La próxima vez que un perredista quiera convencerte de la honestidad de su partido, hazme un favor y mándalo sin más trámites a… esta esquina. A todos los demás, los que sí amamos al barrio, los que sí escuchamos y vemos qué está sucediendo aquí, nos queda clara una cosa: cada golpe de martillo dado por desarrolladoras como Casa Viva representa un nuevo clavo en el sarcófago del histórico Coyoacán.