La gran mayoría de los seres humanos somos fruto de la cópula entre un hombre y una mujer, es decir, de un momento de calentura. En el momento de nuestra concepción, nuestros padres, presas del deseo sexual, estaban más ocupados en poseerse el uno al otro que en determinar qué tipo de binomio formarían como progenitores. A algunos de nuestros padres ni siquiera les dio tiempo de preguntarse si los valores en los que educarían a su prole serían los mismos, o por lo menos afines a los de su pareja, y si estaban de acuerdo con el tipo de educación que habrían de impartirles. Por lo general esas preguntas vienen mucho después, ya que el niño ha llegado al mundo. Ahora que tanta gente está replanteándose la familia, discutiendo si dos hombres o dos mujeres deberían o no adoptar niños, me parece pertinente que pensemos detenidamente en el asunto.
Antes a nadie se le ocurría confundir el amor con el matrimonio. La gente se casaba por conveniencia con un señor o una señora que tuviera una posición social similar a la suya, propiedades que complementaran las de su familia, una educación, valores y religión semejantes. Se trataba de un contrato. Si se querían o no era lo de menos. Ahora lo vemos como una aberración, pero también es cierto que el índice de fracasos matrimoniales era notablemente inferior al actual y que si algo había en esas familias era estabilidad. Los miembros de la pareja sabían exactamente qué esperar de su cónyuge y estaban conscientes de que su felicidad no podía depender de los sentimientos de éste. El espacio para el amor estaba fuera del matrimonio.
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Supongamos, por ejemplo, que me gustan los raperos de 20 años. Son guapos y divertidos, y no tendría el menor inconveniente en irme a la cama con uno de ellos una de estas noches, pero tener hijos con uno de ellos está del todo fuera de mis planes. La persona con la que uno folla, no tiene porqué ser la misma con la que nos reproducimos. Uno debería de elegir al padre de sus hijos en función de si será un buen padre o una buena madre, si le dará a nuestros hijos atención, cuidado, amor, y una buena educación, no de si es guapo, sexy, romántico o buena cama. Bien mirado, tener hijos con la persona que controla nuestras hormonas es una locura. Es sabido que bajo el efecto de las feromonas uno idealiza y que nadie está en posibilidad de juzgar objetivamente al individuo del cual está enamorado. La reproducción inconsciente, eso es lo que deberían cuestionar los grupos religiosos y defensores de la familia, antes que dejarse llevar por prejuicios, homofóbicos o racistas. Las verdaderas familias aberrantes son las comunes y corrientes.