La identidad de América se basa en la amalgama de las diferentes culturas que confluyen en nuestro continente. Un escritor profundamente americano no es tanto un descendiente directo de Moctezuma o de los Pilgrim Fathers, como una persona con diferentes culturas en su bagaje personal e intelectual, diferentes lenguas, incluso diferentes patrias. América también es un conjunto de lenguas e idiomas que confluyen y se retroalimentan. En Amor y exilio, Isaac Bashevis Singer, escritor norteamericano de origen polaco, refiere el periplo que lo llevó de un pueblo recóndito del este de Europa a la isla de Ellis, en Estados Unidos. Hijo de un rabino asentado en la ya emblemática calle Krochmalna de Varsovia, Singer veía transcurrir la vida citadina y comercial de su barrio en contraste con su familia, austera y tradicional como pocas. Después, cuando era adolescente, llegó la guerra y con ella el exilio y su incorporación a nuestro continente.
Durante los numerosos años que le costó integrarse a la sociedad neoyorquina, Singer reflexiona sobre esa lengua, nacida del maridaje entre el hebreo y el alemán que es el yiddish, cuya literatura alcanzó un gran éxito a partir de su traducción al inglés. La reflexión sobre este idioma y su validez literaria, podría también aplicarse a las lenguas nativas de América pero sobre todo a los híbridos lingüísticos que cada día se inventan y se fortalecen en nuestros países.
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Amor y exilio trata también de la identidad atormentada y compleja de su protagonista y del pueblo al que pertenecía. Con su obra, Singer abrió una veta que conduce, en una genealogía muy directa, a autores contemporáneos de nuestro continente, entre los cuáles estarían Philip Roth, los cineastas Joel y Ethan Cohen, pero también Marcelo Birmajer, o Mariana Chenillo. Una narrativa que encarna las contradicciones de un judaísmo laico, esa suerte de fe agnóstica en la cual Dios, cuya existencia nunca se acaba de admitir, está continuamente presente en la obra del que escribe, por lo menos como blanco del humor y la ironía de estos autores. Para Singer, si Dios existe es el más despiadado de los seres ya que se despreocupa tranquilamente de toda la maldad que se cierne sobre el mundo.
También la crónica de la persecución, el racismo, el exilio obligatorio y la segregación, tratados de manera ejemplar en esta novela, son temas muy cercanos a la historia de nuestros países y constituyen ahora mismo parte de su actualidad más desgarradora. La conclusión a la que llega Singer y en la que valdría la pena detenernos es la siguiente: la verdadera espiritualidad no radica en nuestra relación con Dios sino en la manera en que se tratan los seres humanos. Es decir tiene menos que ver con la “pureza del alma” que con los productos de nuestra mente, nuestras acciones y nuestras palabras. La historia de nuestro continente sería distinta si las diversas religiones que han dado cuenta de él, se hubieran planteado las cosas de esta manera.