El día de ayer nos despertamos con una nota extraña que publicó el periódico El Universal. Decía: “Necropsia de Bantú: ‘una carnicería’”. En la versión impresa, se mostraba una sala, que podría ser la de una morgue, con sangre en el piso y los restos mortales desmembrados del gorila Bantú en una mesa, muerto recientemente por una negligencia, luego de que el personal del zoológico de la Ciudad de México le administró una anestesia para trasladarlo al zoológico de Guadalajara. En la versión en línea, aparecía la cabeza del simio, separada del cuerpo, con la cara desollada: todo en colores desconcertantes.
No está claro cómo el periódico se hizo de las imágenes. En todo caso, provocó un nuevo escándalo que se suma al de la muerte del primate, al desprestigio de la secretaria de Medio Ambiente, Tanya Müller, y del propio gobierno cuyo jefe, según una encuesta reciente del mismo periódico, ha descendido brutalmente de popularidad.
Una columna como ésta podría abundar, por ejemplo, sobre la ineptitud en la administración del zoológico, pero lo que más me llama la atención, por lo pronto, es la manera en que hemos humanizado esta violencia.
El subtítulo de la nota de El Universal decía: “La Comisión Nacional de Derechos Humanos de la CDMX investiga la muerte del simio”. Fue la nota más vista en un día como ayer, cuando también se informó, por ejemplo, que Ciudad Victoria, Tamaulipas, había vivido el fin de semana más violento de su historia: 14 muertos el sábado pasado, entre ellos nueve mujeres, dos de ellas menores de edad.
Pero no está mal llamar la atención sobre la violencia hacia los animales ejercida en los zoológicos. Una interesante columna de Isabel Zapata, publicada en el número más reciente de Letras Libres, hace un recuento de los casos recientes sucedidos en zoológicos de distintas partes del mundo: en Cincinnati, un niño cae a la fosa que habitaba el gorila Harambe y las autoridades deciden abatir al simio; en Santiago de Chile, un joven suicida se mete a la jaula de los leones, se desnuda y los provoca. Los guardias tiran contra los felinos hasta acabarlos. En Yeshanko, China, una morsa ahoga a un visitante que trataba de tomarse una selfie con ella.
En los últimos años se ha producido una gran cantidad de literatura científica y filosófica sobre nuestra relación con los animales que ha introducido algunas ideas interesantes al debate: los animales piensan, sienten y son conscientes de sí mismos, algunos son capaces de comunicarse; el ser humano es una especie muy violenta y eficaz para producir grandes problemas ecológicos globales. Los humanos han abusado de los animales. Entre las mayores arbitrariedades está la manera en que la industria alimentaria ha sometido a algunas especies a las peores condiciones de vida y, según algunos especialistas, los zoológicos no están muy lejos por su crueldad archivística.
Pero lo paradójico de Chapultepec es esto: que una sociedad tan acostumbrada a la violencia como la nuestra pase de largo, por ejemplo, las atroces imágenes de los periódicos vespertinos, con su cuota de cuerpos atropellados o asesinados, y nos detengamos, aunque sea sólo por contraste, a mirar con horror al pobre de Bantú decapitado.