Cerca de 100 personas cantaban la noche del domingo frente a la estatua de Juan Gabriel, en la plaza Garibaldi. La estatua, como muchos otros monumentos con la figura de un héroe, está mal hecha. (Piénsese en el busto de Luis Donaldo Colosio, sobre Paseo de la Reforma). La gente ha ido a poner veladoras y flores en el pedestal, frente a la canrina Guadalajara de Noche; un grupo enardecido cantaba Amor Eterno y miraba la estatua, la señalaba, le lloraba. “¡Juangá, Juangá!”, gritaron cuando terminó el coro.
Otras personas enarbolaban celulares para quedarse con un momento emotivo en su disco duro.
“¡Hubieras muerto tu Peña Nieto!”, gritó alguien, y el coro soltó una carcajada.
“Juan Gabriel, eres más mexicano que el nopal, carnal”, dijo otra persona que había tomado algunas copas de más.
Comenzaron a llegar las cámaras y los periodistas de distintas cadenas. Los de El País, de Televisa, de Azteca, y de cadenas estadounidenses como CTTV. Llegaron también las grandes interpretaciones: ha muerto el último símbolo del nacionalismo mexicano.
Entrevistada por este reportero, Maricarmen, una chica de 25 años del centro de la ciudad, que había estado arengando a los presentes para que cooperaran para el mariachi, dijo que Juan Gabriel representaba el amor que se tienen los mexicanos. “Se acaba de terminar una era, ya no queda nadie como él”.
Es difícil ver el amor que se tienen los mexicanos en Garibaldi, una plaza llena de indigentes, niños de la calle, prostitutas, músicos que apenas sobreviven y rencillas ancestrales. Aunque este reportero siempre se ha pensado mexicano, dos chicos se acercaron a él para preguntarle si era español. No, aclaró el reportero. “Soy de aquí, de la Ciudad de México”. “Entonces eres criollo”, dijeron revisitando una disputa que este reportero pensaba resuelta desde la formulación de la raza cósmica. “Mis respetos”, añadieron en tono conciliador.
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Los otros criollos en Garibaldi estaban metidos en los cantinas. Para entrar a El Tenampa había una cola que llegaba a la mitad de la plaza. En otra cantina, cantaba un imitador de Juan Gabriel, vestido con un traje dorado y negro. Daba la sensación de que el Divo de Juárez no había muerto. Era el tipo de cantinas gandallas, donde los tragos cuestan una fortuna y te madrean (o matan, como les ha pasado a otros) si no pagas. El imitador, chaparrito, simpático, se despidió emotivamente pidiendo un aplauso para Alberto Aguilera Velazco, que en paz descanse.
Una señora del estado de Chiapas le arrebató el micrófono. Dijo que ni la muerte de José Alfredo Jiménez, Pedro Infante o Joan Sebastian habían causado tanto dolor en el pueblo. Luego se puso incongruente y poética: “Y saber que hoy Juan Gabriel vibra y salta en cualquier lugar de Chiapas, en México. ¡Qué vibre y retruene Juan Gabriel siempre en mi mente!”
Al reportero y sus amigos les entregaron la cuenta. Pagaron una fortuna y se fueron de la plaza.