Una manera de entender la complejidad de la ciudad es caminar por Reforma el domingo en la mañana. El otro día vi: familias coreanas de camino a la misa del domingo; ciclistas, obviamente; un grupo de meditación que practica sus mantras en la esquina con Sevilla; y, el domingo pasado, toda una comunidad de jóvenes que se preparaban para quitarse los pantalones en el Metro.
De acuerdo con la página de los organizadores, FlashMob México, el propósito del ejercicio es fortalecer el trabajo en equipo entre gente que no se conoce: “Creemos que una sociedad que se asume como equipo, a pesar de no conocerse, vive con mejor calidad de vida”.
Para seguir con la misma lógica, no es descabellado decir que, si el equipo papal tomó la ciudad toda la semana pasada, el domingo pasado era el turno de los alternativos, los que, sin conocerse, piensan igual: que vale la pena andar un rato en calzones por el Metro.
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Ya el fotógrafo Spencer Tunick había demostrado que la gente en la Ciudad de México tenía ganas de quitarse la ropa al juntar más de 15 mil personas en el Zócalo para fotografiarlas desnudas en 2007. Pero eso no evitaba que, la otra mañana, los que entraban al Metro Sevilla se sintieran algo nerviosos.
Las instrucciones del evento se obtenían en línea y la gente estaba atenta a su teléfono celular para escuchar una grabación que uno debía activar a una hora determinada. Los dos o tres mil integrantes de este esfuerzo colectivo se esparcieron por el Metro en dos rutas distintas que terminaban en el Metro Revolución.
Al entrar en el vagón había que quitarse los pantalones. Se forjaban prestigios momentáneos, de acuerdo con la belleza o extravagancia de los participantes. Tres chicas guapas, con pelucas de colores y calzones floreados que dejaban ver la mitad de las nalgas, acapararon la atención durante una parte del trayecto de la Línea 1. Iban en grupo y todo el mundo las seguía. Una familia nuclear, padre, madre y dos niños en calzones, eran la sensación en Tacuba. En un vagón, entre el Metro Popotla y Normal, un chico andrógino, parecido a Miley Cyrus, con un “manquini”, es decir una tanga/traje de baño, se quejaba de la enorme atención que la gente le prestaba.
La mayoría de los usuarios del Metro estaba divertida. Sólo vi a una señora interponerse entre sus hijas y la gente que estaba a punto de abordar el Metro en calzones: rezaban.
La gente se congregaba en el Monumento a la Revolución y se confundía con las decenas de paseantes que también se quedan en calzones para bañarse en la fuente.
Ya no me quedé a ver en que terminaba la jornada. Hacía un calor intenso y debía asistir a una cita. En todo caso, me gustó vivir el paseo sin pantalones como una graciosas sacudida al polvo que dejó la visita del Papa.