Llegué a los Estados Unidos una semana después de la elección de Donald Trump y, como era de esperarse, el ánimo de mucha gente estaba por los suelos. Un amigo me dijo que se había descubierto llorando varias veces en la calle; otro, que desde hace días sentía como si se hubiera comido un hueso de aguacate, otra amiga había pasado los últimos días encerrada en su departamento.
En alguna ocasión se me ocurrió hacer chistes. Estaba con dos gringos, un escritor y una periodista, cenando en un restaurante; pasaron una hora quejándose de la situación de su país. Expresando mucho miedo, pensaban que la idea de Estados Unidos como una sociedad libre y progresista estaba por terminarse.
Bienvenidos a mi mundo, pensé. Comencé a elaborar con más o menos gracia sobre las maniobras que todo mexicano, avergonzado de su clase política, tiene que hacer para subsistir. Mis consejos para sobrevivir a Trump despertaron un par de sonrisas, pero luego el ánimo en la mesa se puso de nuevo sombrío. Mi amiga periodista, que había pasado los meses anteriores cubriendo desde Grecia la crisis humanitaria de los refugiados sirios, puso un alto. Esto es muy serio, dijo, y no deberíamos de seguir riendo.
Timothy Egan, columnista de The New York Times, escribía hace poco que los estadounidenses van a necesitar una dosis de buen humor para sobrevivir lo que se viene encima. Trump iracundo y venal, dijo, encapsula mejor que nadie la falta de sentido del humor de esta nueva era, a diferencia del presidente Obama, quien puede hacer chistes sobre sí mismo en programas humorísticos de la televisión estadounidense.
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Dos grandes instituciones han aventurado muy buenos chistes sobre la vida en la era Trump. Saturday Night Live hizo una sátira sobre la incertidumbre de esta nueva era y se ha burlado de los liberales que están sorprendidos por las condiciones que llevaron a Trump al poder. El comediante Andy Borowitz de The New Yorker escribió hace poco que Trump había nombrado al Chapo Guzmán como director de la DEA alabando su “tremendo éxito en el sector privado”, pero que personas cercanas a Guzmán habían expresado que asociarse con Trump era malo para la marca.
Menos chistosas son las bromas racistas, en buena medida porque se ceban sobre comunidades o personas más débiles. Leía sobre la compañera de cuarto de una estudiante de origen mexicano que había construido un muro de ropa entre las camas del dormitorio, como una adelanto de lo que se venía. La chica mexicana subió la foto a Twitter diciendo que se le rompía el corazón con la imagen. La compañera se disculpó y la escuela anunció que ambas estaban arreglando sus diferencias.
No cabe duda que México será uno de los objetivos de la estrategia de Trump, así que los mexicanos tendremos que echar mano de una doble dosis de paciencia y encontrar maneras, no sólo de encontrar algo chistoso en Trump, sino también de las autoridades locales, a quien se les ve faltos de discurso y estrategia.