En la retaguardia de la marcha del domingo pasado, más o menos a la altura del Museo de Arte Moderno, se experimentaba una gran tensión. El líder de un grupo, que llevaba su propio camión y megáfono, protestaba voz en cuello contra el cerco de policías que lo separaban del resto de los manifestantes. El camión ostentaba letreros pidiendo la salida del presidente Peña Nieto y mostraba consignas contra el gasolinazo. En un punto, amenazaron con tomar el otro lado de Reforma, rebasar la hilera de policías que los cercaban, e incorporarse al contingente principal. Lo intentaron y pero algo pasó que se echaron para atrás. La señora Susana Galindo, de Tláhuac, dijo que ella estaba en contra del gobierno, las reformas e iniciativas absurdas de la clase política que se dedica a adjudicarse bonos.
A mitad de camino, entre este fragmento aislado de la marcha y El Ángel de la Independencia, un contingente universitario menos vociferante llevaba pancartas llamando a la unidad nacional contra la política racista de Trump, pero también el acuerdo contra los políticos rapaces del país. Lo mismo se cantaban consignas de apoyo a los migrantes y musulmanes, que en contra de Peña. Una pancarta resumía el asunto: “Nuestro problema es que tenemos dos casas blancas”.
La marcha no pudo resolver, de ninguna manera, el nudo que nos tiene atorados: un país dividido por la violencia, la desigualdad y atacado por la corrupción de su clase política, con un liderazgo débil, que ha tratado de administrar los problemas en vez de enfrentarlos; un país, además, que debe enfrentar un nuevo orden mundial y sus élites, de izquierda o derecha, no tienen recursos morales para hacerlo. El discurso de unidad contra Trump exige un esfuerzo enorme para poner entre paréntesis todo lo demás.
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Después de que la muchedumbre cantó el himno nacional, entonó cielito lindo y sacó del escenario principal a Isabel Miranda de Wallace, la lideresa que intentó convertir la marcha en gesto de apoyo al régimen, el ambiente en El Ángel de la Independencia cayó en una especie de desorientación silenciosa. Nos quedamos dando vueltas a la rotonda mientras escuchábamos el ruido de los drones y del helicóptero que sobrevolaban Reforma y nos observaban
Me encontré a un amigo. Francamente me sorprendió su presencia. Me contó lo siguiente: en la mañana, su hija de seis años le dijo: “Oye Papá. ¿Me llevas a la marcha contra Trump?”. Entonces se vistió de negro, se colgó del cuello una pancarta que decía, “No quiero unidad, quiero cambio” y se fue a Reforma poniendo a descansar sus resistencias por un rato.
Me confesó que no se había arrepentido.