Para mí, los Juegos Olímpicos de Río 2016 fueron un extraordinario acompañante en las semanas recientes. Daba gusto ver las diferentes competencias sentadote en mi sillón y en las televisiones de las taquerías, puestos del mercado y pantallas de plasma miniatura en los taxis. En mi caso sirvieron, además, como un buen suero ante la cruda futbolística que dejaron la Euro y la Copa América. Fui feliz viendo a un número enorme de atletas desempeñándose en sus variadas disciplinas. Ante mi natural ignorancia deportiva, imperaba el asombro. Recaudé un par de incidencias que incluso quiero concretar en cuentos. Ya veremos.
Siento que los mexicanos fuimos un tanto derrotistas a priori. Incluso era como si quisiéramos que todos nuestros representantes hicieran el ridículo para así poder hacer memes, atacar a los dirigentes institucionales o justificar nuestra identidad nacional. El habitual número de metales cayó después de todo. Fue chicle y pegó. No estoy seguro de que los medallistas mexicanos de Río puedan vendernos detergentes, medicamentos similares o Coca-Cola de dieta. Eso yo lo veo como algo positivo. Lo veo como otro tipo de logro. Déjenlos en paz, mercadólogos chupasangre.
Cada vez que un atleta ganaba en algo yo lo buscaba en twitter. Salvo los norteamericanos, eran muchísimos los deportistas sin millones de followers y con una vida electrónica más bien recatada. Esto lo atribuyo a dos circunstancias: que son menores de edad y, la más relevante, que son personas enfocadas en su oficio. O eres ingenioso en internet las 24 horas del día y luego de ver Escuadrón Suicida o sudas hasta ser el que brinca más alto. Esto lo encuentro muy inspirador. ¿Los atletas viven en el pasado? Puede ser. Quizá sólo estoy exaltado. Quizá sólo quiero cerrar mi Facebook.
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Tengo entendido que, al no transmitir los juegos olímpicos, las pérdidas fueron millonarias para Televisa y TvAzteca. Ambas compañías decidieron ignorar olímpicamente la máxima fiesta deportiva. Apelando a la pésima memoria a corto plazo del mexicano, esperan que sigamos con nuestras vidas como si nada y nos chutemos el clásico América-Chivas y el inicio de Master Chef. La verdad es que fue muy agradable librarse por un rato de Marisol enseñándonos lo que es la capoeira y las caipirinhas enfundada en plastipiel. Sobrellevamos la olimpiada sin los albures del Compayito, ¡esa grotesca mano con ojos! Incluso la prensa internacional ha de haber agradecido que no estaban las calles llenas de comediantes mexicanos haciendo imbéciles cámaras escondidas. Tampoco acaeció el grito de ¡puto! ni apareció un papalord ebrio meando la antorcha olímpica. ¿Casualidad?
Canal Once, Canal 22 y ese rarísimo canal llamado Una Voz Con Todos (donde los domingos por la noche pasan complejísimo cine ruso) analizaron cabalmente el evento al que estaban encomendados. Lo hicieron de forma clara, inteligente y respetuosa. ¡Eso! Nos respetaron como lo que somos: telespectadores ignorantes del nado sincronizado, la halterofilia y la aparición del himno griego en la ceremonia final. Nos enseñaron que un evento deportivo mundial no tiene por qué ser una medieval e infantil pachanga.
Quiero creer que estas olimpiadas serán un parteaguas. Los mexicanos se darán cuenta de que las dos tembleques televisoras no tienen nada que ofrecernos realmente. Por fin, se hundirá el buque fantasma de Televisa. Nos daremos cuenta de que los grilletes que impusieron en nuestras chollas son de frágil oblea.
¡Qué emoción!, pago por ver.
No, esperen: irónicamente no necesitamos pagar por ver. Es tele pública.