Cualquier zapping un día entre semana por la tarde nos lleva irremediablemente a detenernos por escasos segundos en algún noticiero donde, en ese momento, transmiten una imagen de Trump en sus eventos de campaña. Banderas pequeñitas ondeadas por rubios exaltados, banderas medianas descansando cabizbajas en sus astas, una bandera inmensa proyectada al fondo del foro, pancartas escritas a mano en azul y rojo (todas con un tipo de letra muy afín, la infantiloide tipografía del odio), gorras que dicen Trump, pendones que dicen Trump, cajas de luz que dicen Trump, el afamado anciano disfrazado de muro: Mexico will pay. A saber: gringos entusiastas celebrando las palabras del ogro. Él, corpulento, arriba y detrás del micrófono, gesticulando como si quisiera darle la razón a cuanta caricatura suya se ha realizado en los últimos meses. ¿O ya son años? En el siguiente canal nos encontramos con Cars 2 o un anuncio en el que un dinosaurio gigante robot enciende con el fuego de sus fauces una parrilla para asar carne ante la alegría de los comensales consumidores de chela light. Eso o cualquier otro delirio colectivo al que nos tienen acostumbrados los estímulos audiovisuales del siglo. Infomerciales de productos que aseguran el género de nuestros bebés, chicles fluorescentes y refrescantes que congelan a quien los mastica, Doritos sabor Kryptonita, telenovelas turcas, Aviones 2, descomunales latas de refresco cuyo líquido se vierte para que un sujeto surfee en él, periodistas deportivos cuya fuente es la quiniela interna del noticiero, etcétera, etcétera.
LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE GABRIEL RODRÍGUEZ LICEAGA: ¡AY, MI SOLEDAD!
Solamente en este entorno trastornado tiene sentido el show de Trump, se mimetiza, incluso. Es tan delirante como un comercial de Ruffles. Ahora que estuvo de visita en México, que me corrijan mis amigos fotógrafos, pudimos verlo de forma más humana. Incluso creo que no estábamos preparados para retratarlo. Al lado de Peñita, aquella mole humana lucía plenamente monstruosa, deforme y feroz. Su peinado dejó de ser gracioso para volverse simplemente irreal. Hombre colorado, todo él un puchero estremecido de tanto arrebato. Incluso los memes, por un segundo, dejaron de ser graciosos. Donald Trump, el hombre, lejos de sus vestiduras de alucinación era, sencillamente atemorizante, gacho. Hay una imagen en la que detrás de su presencia acaparadora se alcanza a vislumbrar nuestra bandera mexicana. Aquello me puso la piel chinita.
¿Mexico will Pay? Pagar, ese verbo que los norteamericanos re inventaron.
De la forma ridícula como nuestro presidente menospreció a la nación y su posterior guerrita adolescente de tuits, mejor ni hablamos.