Alegre lector de tiempo completo

Opinión

El personaje principal de la única novela que me ha hecho sentir parte de la especie humana, “Moby Dick”, sabe que es tiempo de entregarse a la mar cuando lo abordan unas insoportables ganas de tirarle los sombreros a la gente. Una sensación muy parecida me ataca cuando veo lo que se lee en el metro. Quisiera arrojar sus libros por la ventanilla del transporte público en movimiento. Lecturas estúpidas que pasado mañana serán traducidas en pésimas precuelas de películas aún peores. Tengamos cuidado.

Estoy sin empleo desde febrero, enfocado en escribir mi nueva novela sobre reggaetoneros y publicistas. Debido a ese ligero inconveniente, este año ha sido muy favorable en lo que se refiere a lecturas. Básicamente es lo único que hago bien en todo el día. Pude ser visto en las mesas en compañía de libros enormes y con forma de ladrillo. O mejor aún: con forma de grillete. Uno de los rotundos contras del libro electrónico es que no nos incomoda a la hora de bajar de la micro ni hace que nos pese la bolsa. Un libro tiene que ser una condena. Uno debe maldecirlo y adorarlo cada que es necesario transportarlo o irlo finiquitando de a poquito entre cucharadas de sopa y moronas polizones. Existe. Es. Librarte de él depende de ti.

Leí, por ejemplo, ese precioso monólogo de 600 páginas que es el Gran Sertón: Veredas de João Guimarães Rosa. En un párrafo de esa novela magistral se asoma el demonio y es aterrador porque básicamente no existe. No exagero si afirmo que de ese tomo no salí siendo el mismo Gabriel que era antes. Juguetón, épico, adorable. El final es devastador.

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También leí a Faulkner como degenerado, varios títulos en fila. Complicadísimo, el cabrón. Decía Borges que uno nunca entiende bien qué chingados está pasando en una novela de Faulkner pero sabe, intuye, que se trata de algo terrible. Obvio Borges usa otras palabras, pero es que sí: Faulkner narra para el goce de nuestro inconsciente, las palabras estorban a su prosa de maniático, algo dentro de nosotros sabe que una herida se ha abierto para siempre. Casi todos sus libros están de alguna manera conectados entre sí. El ganador del Nobel creó un mundo, una forma de entender la literatura, una forma de contar la maldición que implica haber nacido. Propongo empezar con Mientras agonizo y seguirse con Los Invictos y luego con el que salga más barato usado. No deberían venderlo nuevo, de hecho. Así es su narrativa: polvosa y manoseada y con olor a historia digna de ser contada.

En Europa inicié a leer En busca del tiempo perdido. Ahora mismo voy en el tomo 4 de 7. Un proyecto de lectura que exige paciencia y tiempo. Dos de las cosas con que menos se cuenta en estos días vertiginosos de likes y retuits. Cada determinado número de páginas acontece un pequeño milagro de la literatura. Con la imaginación de un dios creador, Proust describe un árbol, una nube, una mejilla de muchacha. Ojalá él hubiera inventado este meadero en el que estamos temporalmente atrapados, los seres humanos. Imposible no evocar la vida propia entre sus miles de párrafos. La vida de uno, con sus dolores y hallazgos, amores y bofetadas.

Así, pues, si uno de tus propósitos de año nuevo es leer más, sugiero que renuncies a tu chamba y te entregues de lleno a ese libro que siempre has querido leer, entrégate a la mar que representa. Sin prisa, disfrutándolo. Leer no es increíble ni fantástico ni te enloquece, como insiste en decirnos el bobo gobierno. Tampoco sirve leer media hora al día: no es cuantificable este pedo. Leer implica disciplina y humildad. Leer implica poner en modo avión el teléfono. Además, como decía mi maestro Eusebio Ruvalcaba, los asaltantes jamás eligen a alguien que trae un libro en la mano.

Por cierto, feliz Natividad a todos. No olviden que a ese niñito al que le abriremos nuestros corazones el sábado por la noche vamos a crucificarlo en marzo.