En los canales de Xochimilco, después de pasar la bola que anda en trajinera tras trajinera (como en el Periférico en la hora pico), ya en los canales más vacíos, casi cualquiera ve al paisaje como un oasis dentro de la ciudad caótica: un panorama resplandeciente con vegetación de mil tonalidades de verde. Una tranquilidad absoluta, donde uno puede descansar entre la bugambilia, la acacia, y la rosa, las garzas bajando en picada buscando un pez, las vacas pastando en las chinampas. El sosiego dura mientras uno renta los servicios del remero, hasta el regreso inevitable al bullicio de la metrópoli.
El policía primero Rodrigo Martínez Rodríguez no comparte la visión bucólica. Para él, los 180 kilómetros de canales de Xochimilco son un semillero del crimen, o por lo menos, el crimen en potencia. La lista de delitos cometidos en los 35 canales, las cinco lagunas y los 10 embarcaderos turísticos es sorprendente para los que solemos ver la zona como un paraíso pastoral: La caza furtiva de aves. El cultivo y la venta de drogas. El robo —de ganado, y de cosechas de flores y plantas. Los asaltos a los turistas mientras andan en trajinera. Los incendios forestales. La pesca con explosivos. Y, por supuesto, el uso ilícito de drogas y alcohol por menores de edad, mientras turistean en la zona. Y el deseo ocasional de bañarse en las aguas durante la borrachera. El chupe y el nado de pecho en conjunto, con demasiada frecuencia, resulta en la muerte.
Martínez Rodríguez pertenece al grupo de Operaciones Ribereñas, que forma parte de Fuerza de Tarea, unidad élite de la policía metropolitana, dividida en cuatro grupos. Aparte de los elementos flotantes en Xochimilco, hay los de Armas y Tácticas Especiales, de Antibombas, y de Especialidades Diversas. Todos los policías de Fuerza de Tarea están entrenados en las cuatro disciplinas, pero suelen trabajar con un solo grupo. Martínez Rodríguez —que supervisa uno de los tres turnos de Operaciones Ribereñas— ha trabajado en los canales de Xochimilco desde la formación del grupo en 2002. Cuenta con 70 elementos, que serpentean por los canales en pequeños barcos con motores que se llaman balleneras.
Antes de 2002, los únicos policías en Xochimilco andaban por tierra en los barrios de la delegación. Nadie patrullaba los canales. Así está difícil hablar con exactitud sobre la incidencia delictiva en el área de las chinampas anteriormente. Lo cierto es que la presencia policiaca en los canales ha aportado a la bajada del índice delictivo de la delegación. A finales de 2013, Xochimilco registró una reducción criminal de un 16.3 por ciento comparado con el año anterior, según las estadísticas de la propia Secretaría de Seguridad Pública. Martínez Rodríguez dice que ahora casi nunca se ve la pesca con explosivos, el robo de pelícanos, o el abigeato. Cuando empezó con Operaciones Ribereñas, había gente sembrando mariguana en ciertos invernaderos, una actividad que la policía dice que ha desaparecido. Los “grupos subversivos” de “gente encapuchada” se marcharon desde que la policía empezó a moverse en la zona.
Los números sólo son una indicación. Como en otras partes de la ciudad, los habitantes de Xochimilco no tienen la costumbre de la denuncia. “En la ciudad”, dice Martínez Rodríguez, “en las colonias donde vive la gente con los niveles más altos de educación, son resistentes a denunciar. Aquí son campesinos. Parte del trabajo es educar a la gente, a disminuir su inhibición”.
Martínez Rodríguez, de 41 años, ha trabajado con la policía desde hace 16. Si la muerte no es el pan de cada día, es de más o menos todos los meses para él. Cuando Operaciones Ribereñas se formó en 2002, en cada año murieron entre 30 y 40 personas al caer de las trajineras al agua. El número se ha reducido. Entre abril de 2013 y marzo de 2014, hubo 15 muertos en los canales.
Las víctimas suelen ser chavos y, al momento de la muerte, por lo habitual, están borrachos. En una tarde calurosa, el chapuzón en el canal no es la idea maravillosa que, para algunos, parece. Mucha del agua de Xochimilco es tan lodosa y llena de plantas que tiene una visibilidad de solo diez centímetros. Es pesado nadar en fango, y la temperatura fría del agua es chocante. Los músculos se ponen tiesos. Entre la torpeza y el susto, mucha gente se ahoga. Pocas veces la policía llega a tiempo para salvarles. Martínez Rodríguez y sus compañeros están calificados en el buceo para encontrar los cadáveres entre el lodo.
Operaciones Ribereñas, trabajando con Sectur, ha intentado de “cambiar la cultura cívica” y responsabilizar los dueños de las trajineras y los remeros en caso de accidentes. Pero hasta la fecha, nadie ha ido a la cárcel, como a veces pasa cuando alguien se muere como resultado de un choque de coches. “Han ido a declarar en el ministerio público”, dice Martínez Rodríguez. “Han impuesto multas, y les han sancionado durante ocho, quince o veinte días”.
El policía nunca podrá olvidar el caso de la pareja que se murió durante un recorrido nocturno. Según el testimonio del remero, habían tomado mucho, y se acostaban en el punto de la trajinera. El punto está coloreado con una pintura brillante, pero resbalosa. Los novios estuvieron abrazados y besándose. Las últimas palabras del chavo a su enamorada fueron: “Confía en mí”, antes de caer al agua.
Aquella trajinera salió del embarcadero de Nativitas alrededor de las 11 de la noche. Como consecuencia, durante una temporada breve, las autoridades intentaron imponer unas reglas muy poco populares. Cancelaron todas las trajineras después de medianoche, y no se permitía el consumo de bebidas embriagantes a partir de las seis de la tarde. Los pasajeros protestaron y se anularon los reglamentos.
El oficial también se acuerda de la muerte de dos hermanos que se fueron de pinta una tarde, también desde Nativitas. Después de tomar mucho, decidieron nadar en el canal. No se quitaron los pantalones ni los zapatos, que les dieron un peso adicional. Iban a nadar el ancho del canal, pero uno se cansó, se asustó y tragó agua en lugar de aire. Se descontroló, y con el afán de salvarse, se abrazó a su hermano. Los dos se hundieron enlazados. Tardaron varias horas en encontrar a los difuntos.
Cuando alguien se muere en el agua, lo más difícil, según Martínez Rodríguez, es el dolor de las familias. Se acuerda de la madre de un joven que se murió en el canal, durante la celebración de su graduación de la prepa. “Ella estaba en la negación”, dice el policía. “Quería buscar un culpable”. Se le ocurrió que los amigos de su hijo lo habían aventado al agua. Sin embargo, después de encontrar su cadáver, resultó que estaba en traje de baño. Para Martínez Rodríguez, el atuendo fue la prueba de que entró al agua por su propia voluntad.
Hay límites legales de cuánto alcohol pueden consumir los pasajeros de una trajinera, dice el oficial. Por ejemplo, un adulto tiene permitido tomar una cerveza por cada hora en tránsito. Una botella entera de bebidas espirituosas se puede consumir entre 10 personas. Huelga decir que los remeros hacen la vista gorda al consumo de su cargo. Cuando los policías ven a grupos de jóvenes que andan hasta las chanclas, tratan de razonar con los remeros, y piden que les regresen al embarcadero. “A veces no cooperan”, dice Martínez Rodríguez. “Han cobrado muy caro y no quieren afectar sus ingresos”. En estos casos, el policía reporta el número de la matrícula de la trajinera a la dirección de turismo del D.F.
No todas las historias del oficial tienen finales trágicos. Un día, cinco veterinarios llegaron a Xochimilco para adquirir muestras de animales enfermos. Andaban en un tipo de kayak de alrededor de 40 centímetros de ancho, muy poco estable para cinco personas —especialmente personas como los doctores, que no sabían nadar. Se cayeron en el agua —por suerte, a unos 20 metros de una patrulla que pasaba. Los policías salvaron a los cinco. Aunque no había cámaras alrededor para recordar el refugio, Martínez Rodríguez sentía una satisfacción enorme.
También le ha dado un gusto excepcional cuando otras entidades le han pedido su perito en la materia de rescate. Le ha tocado ayudar después de inundaciones y otros desastres naturales en el estado de México, Veracruz, Tabasco, Puebla y Michoacán, entre otros lugares. Muy seguido, anda por tierra en la delegación de Xochimilco, en donde le piden ayuda con problemas en los barrios.
No le molesta cuando los borrachos en trajinera les hacen comentarios sarcásticos a él y sus compañeros. “Nos dicen, ‘guardianes de la bahía’ y cosas así”, dice. “Les hacemos caso omiso”. Lo que le angustia es cuando la gente le trata con verdadera mala leche. Martínez Rodríguez recuerda que, una vez, cuando un joven había desaparecido en el agua, se preparaba para el buceo y la búsqueda del cuerpo. Iba descalzo, y unos chavos tiraban botellas vacías a sus pies. “La falta de reconocimiento de parte de la gente” le parece de “lo más cobarde, lo más vil”.
Martínez Rodríguez, que está casado y tiene un hijo de 18 años, ha visto a uno de sus compañeros morirse de un paro cardiaco, debido al sobreesfuerzo, durante prácticas en los canales. A pesar del peligro del trabajo, dice que quiere seguir siendo policía “hasta el límite de la capacidad física, hasta donde me permiten”. No tiene ningún plan para jubilarse, ni mucho menos cambiar a un trabajo administrativo. “Estudié administración en la universidad”, dice. Pero, “una vez que probé la calle, no quise regresarme a las oficinas”. Agrega, “me gusta la policía. Me gusta mi trabajo. Estoy muy orgulloso de ser policía, y mi familia también está orgullosa de mi”.
(David Lida)