Alguna vez escuché al novelista mexicano Yuri Herrera decir que, en el mundo de la literatura, el ritmo, los sonidos, también conllevan un significado. Dicha afirmación explica en parte porqué Herrera es uno de los mejores escritores de este país: sus relatos saltan de las páginas para crear ambientes, atmósferas que se adhieren al lector por vías que exceden los caminos usuales del lenguaje literario.
Güeros, la ópera prima de Alonso Ruvalcaba, es una película que se ciñe a esta idea –la de sublimar a capas superiores la creación artística por encima de los estratos tradicionales de un cierto género. La mirada de Ruvalcaba y el ojo del fotógrafo Damián Ortega generan escenas que en sí mismas son ya obras de arte. Por ejemplo el close up de una taza de té en el momento en el que un chorro de leche se mezcla con la infusión. Un instante de calibre poético y realización visual notablemente artística. La película está llena de escenas hermosas, de encuadres sublimes y esto, en sí, ya le brinda un mérito notable y extraordinario.
Un niño en una ciudad no especificada es enviado con su hermano adolescente a la capital porque su madre ya no lo aguanta. Cuando el niño, el güero, llega a la ciudad se encuentra con que su hermano vive en una especie de pent-house improvisado en un edificio netamente clasemediero colgado de la luz de sus vecinos y con pocas preocupaciones más allá de jugar cartas y pensar en la mujer de sus sueños. La historia acontece durante la huelga de la UNAM de 1999 y el hermano y su compañero de piso aprovechan el paro haciendo de sus vidas una larga y contundente nada. La trama se mueve cuando los tres acuden a C.U. donde el personaje interpretado por Tenoch Huerta se encuentra con una chava “fresona” pero muy activa en el movimiento estudiantil que lo vuelve absolutamente loco. Tras un desencuentro con su novio –el más radical de los líderes del movimiento estudiantil–, la güerita (Ilse Salas), emprende una especie de road trip citadino con los tres protagonistas y paseamos por algunos recovecos de la ciudad a bordo de un idilio adolescente conmovedor, mientras la juvenil grey intenta complacer el capricho del hermano menor de conocer a un cantante caído en desgracia.
La cuña política de la película se encuentra alrededor de la evocación del movimiento estudiantil. Sobran, quizá, ciertas referencias literarias (Monterroso o Herman Melville) que los parlamentos meten con calzador. Pecados menores para una película en blanco y negro con convicciones transgresoras y una vocación artística muy clara. Los premios en San Sebastián y Morelia permitirán que la película tenga una vida comercial más amplia que la inmensa mayoría de las películas mexicanas. Y qué bueno que así sea.
(Diego Rabasa / @drabasa)