A las damitas en su día, aquí les van unas flores. Porque, qué haríamos sin las mujeres, son lo mejor de nosotros. El mundo sería tanto más habitable si las mujeres lo gobernasen. Y bueeeeeeeno, qué les digo de mi mamacita, de mi mamá (que no siempre son lo mismo), de mi esposa, de mis hijas. Gracias a ellas soy lo que soy y benditas todas. bla bla bla bla bla bla bla con una rosa roja y un peluchito en el regazo.
No, el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, no es otro Día de las Madres. Así que guardemos el peluchito para otra ocasión y centremos la mirada.
Hablar de inequidades, de desigualdades. Hoy una mujer puede ganar 7 millones de pesos menos en su vida laboral que un hombre, haciendo trabajos similares (según un estudio publicado por The Guardian). La cifra final de la disparidad dependerá siempre del tipo de trabajo y la geolocalización, pero la idea es la misma: no son salarios iguales para tareas parecidas. Y hablemos también de las dobles o triples jornadas, hablemos de la violencia contra la mujer (y su extremo en los feminicidios), hablemos de los techos de cristal, hablemos de los no accesos a educación o salud o ambos, hablemos de precariedad en condiciones laborales, hablemos de misoginia, hablemos de machismo, hablemos de tantas cosas que aún son retos y a veces ya lastres.
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No, el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, no es otro día más para regalar rosas y peluchitos. Es, desde su origen, un momento para visibilizar y poner la lupa sobre los escenarios de desigualdad de género. Y las batallas que persisten.
Hablar de nuevas masculinidades, de otras formas de convivencia social. Porque también es cierto: no es único ni monolítico el discurso sobre las realidades de la mujer. Bien dicen en estos días muchas personas: ¿y el Día Internacional del Hombre? Lo ideal es que no hubiera día internacional –ni nacional– de nada (que, por lo demás, suelen ser bastante sangrones). Y no debemos dejar de reconocer que muchos hombres son parte ya de la transformación igualitaria de la sociedad (y otros tantos padecen la inexistencia de referentes para entenderse mejor en las nuevas exigencias culturales). Pero esto no debería ser un tema de ellas y nosotros; ellos y nosotras. Sólo que, para desgracia de las almas que sí son buenas, lo sigue siendo. Por eso no pierde vigencia la efeméride.
Me preocupa más educar a mi hijo que a mi hija, me decía el otro día una alta funcionaria federal. Mi hija ya ve que trabajo todos los días, que estudio. Seguirá, espero, un camino también de independencia. Pero a mi hijo le debo enseñar que ser equitativos e igualitarios es un logro, no una rendición a su condición.
Vayámosle quitando entonces lo cursi al “damita en tu día” y centremos el foco. Visibilizar lo que somos es parte de reconocer lo que aún no logramos.
Adiós al peluchito.