Ni modo, no lo logro.
Y si alguien sí, que role la receta.
#yoconfieso que me cuesta un enorme trabajo emocionarme con la elección que nos toca a los chilangos ex defeños nunca mexiqueños: el 5 de junio deberemos ir todos, con ánimo dominiqueniqueniquepobrementeporahí, a votar por lo que terminará siendo la Asamblea Constituyente. De ahí, a su vez, habrá de salir en algún momento la nueva Constitución Política de la Ciudad de México. Se parirá una Carta Magna local, pues. Hasta ahí… todo bien.
peeeeeeeeero
¿Cuántos de los chilangos ex defeños nunca mexiqueños que leen este texto irán gustosos y convencidos a votar? (Absténganse de responder candidatos y parientes de candidatos). Imagino, si le hacemos caso a las encuestas, que muy pocos. O lo que es lo mismo: esto no prende ni abanicándolo.
Solo que OJO: sí tendría que motivarnos.
LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE GABRIELA WARKENTIN: BAJARLE LOS CALZONES PORQUE SÍ
La Constitución Política de la Ciudad de México no debería ser solo una idea abstracta o un buen ejercicio de contraste sobre el diseño de nuestra convivencia articulada. Bien pensado, lo que sea que resulte al final del proceso tendría que marcar el horizonte simbólico frente al cual nos entendemos como habitantes de la capital del país, sí, pero sobre todo de la ciudad que pretende estar a la vanguardia en derechos y hechos. No es cosa menor. Y, sin embargo, (el ánimo) no se mueve.
Además de que nadie (y el gobierno del todavía Distrito Federal aún menos) ha contado la historia completa de por qué esto que sucede es importante, lo que sí trasciende de cara a la jornada electoral ha sido la repartición partidista de asientos constituyentes, la transa en la recolección de firmas de algunos de los “independientes”, la no participación de los de siempre, los tiempos largos e inciertos, y la misma letanía de costumbre: acabaremos con la corrupción, la decisión estará en tus manos, es hora de acabar con privilegios… aaaaaahhhhh, la nueva Constitución te hará libre (¿de qué?).
Al final sé que este 5 de junio iré a votar. Soy una convencida de que nos ha costado mucho trabajo tener el voto como para tirarlo a la basura. Eso sí, no sé qué votaré. El mío es un voto aburrido, apático, desconectado. No quiero ser injusta, sé que hay quienes se lo toman muy en serio (y desde acá un abrazo a Katia D’Artigues por su incansable lucha para incluir los temas de discapacidad en las agendas que tocan). Pero no me alcanza: algo está deslavado en la contextualización misma de la trascendencia que termina pareciendo un ejercicio inútil.
¿Me equivoco?
Ojalá así sea.
Hordas de chilangos ex defeños nunca mexiqueños exigiendo que los mejores participen en la redacción de eso… que nos hará libres (¿de qué?).
Se vale soñar.