Estaba un día perdiendo el tiempo en Facebook cuando me topé con un post de la excelente Sandra Rodríguez, periodista juarense. Algo bueno tiene andar “perdiendo el tiempo sin hacer nada”, como diría mi mamá, porque leí:
“Ciudad Juárez, entre 2008 y 2012… Son los años de la furia, de la llamada guerra contra el narco. Los taxistas del sitio Moridero (Pocamadre, Zebulón, Blasillo, el Cuacua, Elvispresli y Víctor) intentan sobrevivir”.
¡Taxistas!, naturalmente, quise saber más, y así conocí la obra de Ricardo Vigueras, profesor universitario allá en Juaritos, autor de A vuelta de Rueda tras la muerte.
El libro se asoma a la vida de los taxistas, sus convivencias, reflexiones y miserias que testimonian la vida en una ciudad (Juárez) robada por el crimen, que alejó a John Wayne y al resto de los gringos, y también a sus propios habitantes, incluidas las familias de narcos.
Al de leer la contratapa recordé esa sensación de usar taxi en una ciudad considerada “peligrosa” y lo duro que es andar con uno que se rifa el pellejo en cada rodada (#aveces siento que todas lo son, ¿no?, depende de los ojos con que se miren).
“Los cárteles se disputan la plaza mientras el Ejército y la Policía Federal la ocupan”, leo. Es un lenguaje al que nos hemos acostumbrado, de una guerra “que nadie pidió” y en la que Juárez fue pionera, pero de la que el país todo no se ha podido escapar. Esa violencia que oímos diario como si fueran índices de la bolsa. Cifras que ya no entiendo pero dejan claro que la cosa no va bien, como “cuando uno navega en taxi, muchas veces se gana y muchas se pierde. El chiste está en sobrevivir a vuelta de rueda sin estrellarse contra la, cada vez más, puta realidad”.
Pocamadre chafirete bien curtido en el oficio, para quien el problema ya no parecen ser los muertos, sino cómo deshacerse de ellos. Si hubiera un personaje central en estas historias sería él, un buen hombre que siempre busca sacar provecho incluso de las peores circunstancias; es la paradoja del sobreviviente: “Usted sabe, Poquita, que somos solos en la ciudad”, le dice a una cliente.
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Taxista solitario, dice que “los taxistas somos medio psicolocos y le damos cháchara los clientes para hacer más llevadero el trayecto. O ellos nos dan conversación a nosotros, por aquello de congeniar un poco con el conductor. (…) Hablar por hablar, nomás por humanidad”.
Vale mucho la pena asomarse a ese Juárez que describe Vigueras en cada rodada, aunque acá en Chilangolandia estemos la mar de bien y sin esos sobresaltos (ajá).
Las muertes, las extorsiones y el abandono contados con humor…negro, por supuesto, y sin perder humanidad. Con los taxistas del Moridero recorremos la ciudad, no esa de “los años dorados, aquellos de la despreocupada vida bohemia internacional, cuando la avenida Juárez era representativa de lo mejor de la noche”, sino un monton de antros en ruinas, con fantasmas, muertos y miserias, y con la lucha diaria por sobrevivir.
“(Pocamadre) tuvo mucho cuidado en dejar abandonado el cadáver del cliente sentado en un banco, para que lo encontrasen bien pronto por la mañana. Había sido un buen cliente, se dijo mientras palpaba en su bolsillo los fajos de billetes…”.