A la memoria del gran Jorge Arvizu.
Hace 20 años por estos días yo tenía 21. Usaba el cabello muy largo, boinita rastafari de colores, lentes pegados con diúrex, botas militares y riguroso morralito. Leía a Ciorán y a Sabines, y desconfiaba de todo y de todos, pero también desconfiaba de mí mismo y de mis capacidades para sobrevivir en este pandemónium. Claro, también creía en el amor como buen post hippie recién egresado de la UAM-Xochimilco.
Aunque era mucho más joven que hoy, me sentía viejo, rabioso y desanimado por mi país. Ese país donde a cada rato me robaban, donde todo se arreglaba con mordidas, donde te discriminaban constantemente por tu apariencia, donde las ruinas se quedaron a vivir después del terremoto del 85.
En el fondo lamentaba no haber tenido la inocencia suficiente para emocionarme con el surgimiento del EZLN. Para salir a las marchas y buscar acercarme al Sup y declararle mi amor incondicional. Sentía que había demasiado teatro, demasiado protagonismo, y que el asunto se había vuelto una modita que a largo plazo en muy poco beneficiaría a las comunidades indígenas. Tristemente no me equivoqué. Y quién crea que Chiapas está mejor ahora que hace 20 años que mire al gober Manuelito Velasco.
Acababa de renunciar al periódico El Nacional, una decisión no tan difícil en ese entonces porque no tenía hijos ni pensión alimenticia que pagar. Comencé a publicar por ahí del 91. Y fue una escuela entrañable para mi, sin embargo era el periódico del gobierno y después de la época de Pepe Carreño en la que el diario se reinventó y se abrió a otros horizontes, vino para el periódico una era de sumisión y servilismo que terminó con la extinción del mismo.
Yo escribía cada domingo una columna de lucha libre en la contraportada de la sección deportiva de El Nacional. Y realmente hablaba de todo, menos de lucha libre. El asunto es que empezaron a censurar mi columna una y otra vez y yo decía: “¡carajo, es la columna de las luchas, no mamen!, ni modo que Salinas o Fidel Velázquez llamen para reclamar”, pero las “ediciones” no paraban y un día me cansé y le mandé al director Pablo Hiriart mi carta de renuncia, explicándole que mi idea de un periodismo libre no era compatible con la línea del periódico. Supongo que él ni tenía idea quién era yo y que mi renuncia pasó sin pena ni gloria, pero lo hice y aunque me quedé sin trabajo me sentí bien. Recuperé la confianza en mí.
Renuncié a El Nacional con la frente en alto, sintiéndome todo un héroe del periodismo (así como ahora se siente el mismo Pablo Hiriart tras su salida de La Razón, aunque por otras razones), y al poco tiempo comencé a escribir una columna para la revista Arena de Lucha Libre. Recuerdo que fue en esa época cuando apareció aquella portada del luchador gringo Black Magic al lado de la “escultural” Angélica Rivera, que ahora se ha vuelto número de colección.
Sin embargo, con todo y que había renunciado a El Nacional, cuando la tarde del miércoles 23 de marzo de 1994 escuché por radio que hubo un atentado contra el candidato Colosio, no hice otra cosa más que correr literalmente a la redacción de mi viejo periódico para conocer los pormenores de la tragedia. No había twitter, no había facebook y si es que ya había celulares seguro no me alcanzaba para tener uno.
Fue una tarde y una noche de locos. Aquella redacción era Roma en llamas. Y supimos –sin twitter– que Luis Donaldo había muerto mucho antes de que se hiciera la noticia oficial, e intuimos al unísono que el sistema mismo había sido herido de gravedad. Y que comenzaría el endiosamiento político de un candidato al que muchos veían endeble en campaña, pero que como “mártir de la democracia” parecía funcionarles bien. “Shakespeare puro”, exclamó Octavio Paz al enterarse de su asesinato.
Hace 20 años era joven pero me sentía viejo. Hoy, estoy viejo pero me siento más joven. Las vueltas de tuerca que hemos dado en este país me han permitido recuperar la capacidad de asombro y la inocencia necesaria para salir a las calles y exigir un país más justo, quitándome de encima prejuicios y grilletes intelectuales que solo momifican la inteligencia. Confío en mucha gente más que en la que desconfío pero la rabia sigue intacta, como intacta sigue la desigualdad en este país, como intacta sigue la ambición de quienes secuestran el poder cada sexenio.
Muchos ya nos conocemos, ya sabemos de qué pie cojeamos, ya sabemos cuántas veces nos mordemos la lengua al decir “la verdad”.
Nos vemos en 20 años.
(FERNANDO RIVERA CALDERÓN / @monocordio)