Un jueves por la mañana el doctor Ballí y Jesús quedaron en verse, ya que Jesús estaba a punto de casarse con su novia y el doctor Ballí se había ofrecido a darle un tratamiento para que tuviera mayor vigor sexual durante la luna de miel. Para ese jueves, el doctor Ballí le pidió a su secretaria que no le programara ninguna cita y le dio el día libre. Una vez que Jesús llegó, el doctor Ballí le pidió acostarse en la cama del consultorio e inyectó en la vena de su amante pentotal sódico para dormirlo. Después lo desnudó y lo bajó al suelo para arrastrarlo hasta un desague. Ahí usó un bisturí para romperle las dos venas yugulares. Litros y litros de sangre se fueron por el resumidero. Una vez que el cuerpo de su amante quedó completamente desangrado, el doctor Ballí se puso a trapear y limpiar los rastros rojos con una pulcritud que le exigió más de una hora. Cuando terminó de rociar con químicos de limpieza el consultorio, desmembró a Jesús. Primero le cortó el brazo derecho, y luego el izquierdo. Después cercenó las piernas, y finalmente la cabeza. Cada una de las extremidades fue acomodada en una lona de plástico y luego todas en una caja de cartón grande. Lo que siguió fue buscar a Francisco Carrera, un chofer al que el doctor Ballí le había salvado la vida tiempo atrás en ese mismo consultorio.
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El doctor Ballí le dijo a Francisco que necesitaba encontrar un sitio para enterrar desperdicios humanos, producto de operaciones quirúrgicas que realizaba en el consultorio. Habló de tumores y de deshechos de cadáveres. El chofer recordó que un tío suyo tenía un rancho cercano, y ambos fueron para allá después de subir los restos al carro, cuya cajuela tuvo que ir entreabierta y amarrada, ya que la caja no cabía por completo. El sitio se llamaba La Noria. El tío del chofer les autorizó a entrar a su rancho para deshacerse del material que llevaban. Buscaron un sitio apartado y cavaron un hoyo pero por las prisas lo hicieron prácticamente a flor de tierra. Durante las maniobras, la caja se entreabrió y Francisco, el chofer, vio manos y una cabeza humana. El doctor Ballí lo tranquilizó: “Usted no se preocupe, yo soy el responsable, yo lo hice, vamos a echarle tierra”.
A la distancia, desde el rancho El Mirasol, Manuel Ovalle, un pastor que arreaba vacas en las noches para ordeñarlas por la mañana, veía a dos sombras hacer maniobras en una colina del rancho vecino. Pensó que ambos estaban escondiendo dinero y al día siguiente, después de la ordeña, acudió al sitio imaginando que encontraría una tesoro enterrado. Pero en vez de una fortuna, descubrió restos humanos debajo de un montón de piedras. Además de pastor, Manuel Ovalle era policía auxilar, una figura que existía en aquellos años para involucrar a los vecinos como vigilantes oficiales. En cuanto vio los restos, corrió a avisarle al comandante Ildefonso González, quien fue hasta la colina a desenterrar los restos de Jesús. Después buscaron al dueño del rancho, Guadalupe Villarreal, quien les dijo que su sobrino Francisco le había pedido permiso para enterrar desperdicios médicos. El comandante Ildefonso detuvo a Francisco y éste dijo que había hecho el trámite porque lo había contratado un joven médico llamado Alfredo Ballí.
(Continuará)
(Diego Enrique Osorno)