Hannibal Ballí IV; por @DiegoEOsorno

Tres agentes del Servicio Secreto llegaron al consultorio del Doctor Ballí simulando que uno de ellos estaba muy enfermo y necesitaba atención urgente. Ballí los recibió sin sospechar y al poco tiempo atender al agente que fingía estar enfermo, fue detenido. El operativo causó sorpresa en el barrio y vecinos de calles cercanas se acercaban y hacían pequeños círculos de conversación. En algunos de ellos, hubo quienes amagaban con ir a incendiar el consultorio ante la atrocidad cometida en él. La familia de Ballí fue chantajeada por un tipo llamado Rubén Arigunzaga del Ángel, quien decía ser “Ayudante del Secretario, del Secretario Particular de la República”, comisionado especialmente por el Presidente de la República para investigar el crimen cometido por Ballí. Pedía dinero pero acabó también en la cárcel y luego en un psiquiátrico.

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El juicio a Ballí fue público y las primeras diligencias duraron tres horas. El público permaneció en silencio total, ante la amenaza de ser desalojado en caso de cualquier comentario. Cerca de 100 personas presenciaron la descripción escueta que hizo el médico de la forma en que destazó a Jesús Castillo. El juez Marco Antonio Leija ordenó un careo público entre Ballí y el padre de la víctima. Hubo ligeros gritos de emoción en el público. Jesús Castillo, habló como un buen viejo revolucionario: se limitó a decir que pensaba que Ballí y su hijo eran amigos y que desconocía que existiera cualquier otro tipo de relación entre ellos. Ballí permaneció callado y no replicó absolutamente nada.

A casi 55 años de distancia, el Juez Leija recuerda especialmente la actitud estoica de Ballí mientras era enjuiciado. Leija se remonta a 1959.

– Parece que Ballí y la víctima tenían relaciones muy locas

– ¿Locas de qué tipo?

– Homosexuales… Cuidado con los crímenes pasionales.

-¿Qué le pareció Ballí cuando lo conoció?

– Era atentísimo. Excesivo con sus atenciones.

– ¿Que fue lo primero que le dijo?

– Me lo llevaron esposado. Yo pedí que lo llevarán así porque yo era un juez nuevecito, nuevecito.

– ¿Porque cree que Ballí cometió ese crimen?

– Ballí fue un buen muchacho. Le gustaba platicar con su juez. Me dijo una vez: “bueno, ya que pasó todo esto todavía no me lo explico”. Te digo, es que el amor no tiene limites. Ni tampoco el sexo.

(Diego Enrique Osorno)