En el cine de Pabellón Altavista los taconazos de las damas suenan a Jimmy Choo, las sombras de sus párpados fulguran a lo Givenchy y los relojes con que ellas verifican cuánto falta para la función marcan la hora con manecillas Cartier. Y ellos, los caballeros, huelen a Bvlgari, muestran sus pechos lanudos bajo camisas Pink y cuando sacan la tarjeta abren una billetera Gucci. No hay en nada de eso delito que perseguir. No es necesario que se amparen. Antes de apagarse las luces en la sala de esa plaza de San Ángel que visité el domingo antepasado, se elevaba ese tufillo fascinante de “somos importantes” mezclado con fragancias de amatista, jazmín negro y aguas marinas. Por eso, entre tantos importantes tenía nula relevancia que las chicas de la taquilla susurraran “Es Itatí Cantoral”, ni que la cortadora de boletos pensara embobada “Es Itatí”, ni que mi compañía me avisara “Junto a ti está Itatí”. Yo giré la mirada, noté que la mujer venía con un hombre de unos 40 años y otra pareja de amigos, y me confirmé en silencio “Sí es Itatí”. Pero no me consta. El público debió sentirse satisfecho cuando la película Heli iba a iniciar y todos vimos el anuncio “Prix de la Mise en Scène Cannes 2013”. “Qué bien –se habrán dicho incluso algunos muy refinados-, México ganador en Cannes, dans la commune française des Alpes Maritimes”. Así, en francés. La incomodidad vino cuando Heli inició y se supo de qué iba el argumento. Pasaron segundos y el acompañante barbado de la probable Itatí, al ver un pie que aplastaba la cabeza sangrante de un levantado por el narco, exclamó, para que todo el cine oyera: “¡Por películas así damos una pésima imagen de México al mundo!”. Al instante, cuando en la pantalla un joven era ahorcado y colgado en un puente, el otro varón del mismo grupo -rapado y de suéter rojo- gritó “aaayyy” con decibeles absurdos: con su falso y cínico miedo informó a la concurrencia entera que, a él, ese asesinato no lo asustaba un gramo. Y en el momento en que los asistentes veíamos a Beto torturado a palazos, el hombre que estaba con la presunta ex Aventurera levantó la voz: “Ahora resulta que México es mierda y pura mierda. ¿Por qué no muestran la cara amable?”. Ella y él empezaron a darse la razón con la muy respetable premisa de “México aún es bello”; el problema era que a todos nos obligaban a oírlos. Entonces les pedí: “¿Y si se echan un café al terminar la película?”. Ella dijo “perdón”. Él bufó. Cuando Heli concluía y a muchos se les retorcían las tripas viendo a la niña Estela dormitando tras sufrir un secuestro y ser violada, el soundtrack nos dejaba la amarga canción final, que dice: De noche cuando me acuesto a Dios le pido olvidarte. El hombre rapado impostó una sonrisa burlona y empezó a cantar fuerte esa balada a su cuate de barba, como si estuviera embriagado en un karaoke. Nos fuimos tristes por lo crudo de la película, pero desolados por una certeza: en este país gran parte de los ricos no quieren ver el drama de México, no les interesa ese drama, no los asusta ese drama y se burlan de él. Prefieren cantar, gritar, reír y gozar en su mundo de fantasía a su México amable.
(ANIBAL SANTIAGO)