Pasó lo mismo en la literatura: el narco pasó de ser un tema en sí mismo a un escenario. A pesar de que Heli, la más reciente cinta de Amat Escalante, tiene como ambiente principal un territorio no especificado (presumiblemente en alguna zona desértica del norte de México), sumido en la anarquía y el abandono, no es una película de narcos más.
Sí: aparece retratada la total hegemonía que tienen los grupos criminales en grandes partes del territorio mexicano. Es cierto: se ve reflejada la banalización del terror (con permiso de Hannah Arendt), el horror de observar a un niño de apenas diez años torturando a otro apenas siete años mayor que él. Vemos el absurdo que campa en esta obliteración del Estado mexicano y cómo el ciudadano promedio está en medio del fuego cruzado de dos bandos que se comportan con la misma violencia y la misma impunidad (unos narcos, otros policías).
Pero el don de la película, aquello que la ubica en la cumbre de las películas que han abordado esta realidad que nos azota, es que es capaz de trascender el mero escándalo. No se instala en el registro gore para retorcer las tripas del espectador.
Tiene, al menos, tres dimensiones más que son muy trascendentes: primero, el personaje es un hombre en toda la extensión de la palabra. No es el típico héroe plano y predecible que suele aparecer en el cine mexicano. Se enfrenta a conflictos existenciales complejos, en los que no importa qué camino o derrotero elija habrá de pagar un precio muy alto. Tiene diferentes registros. Es valiente y estoico, pero comete injusticias y equivocaciones.
Segundo, aporta un nuevo elemento de reflexión a la “guerra contra el narcotráfico” al mostrar un pequeño perfil de un joven que se quiere adscribir a las filas de la Policía Federal. El abyecto y humillante entrenamiento al que se someten. La falta total de preparación mental, emocional, cultural, con la que son lanzados a la primera línea de batalla a librar una batalla imposible de ganar: le pone un rostro humano a esa decisión criminal de Felipe Calderón de mandar al ejército a las calles sin ningún tipo de estrategia de por medio.
Tercero, muestra el problema de fondo de esta nación, un problema que garantizará la continuidad de la carnicería en la que estamos sumidos hasta que no sea atendido de raíz: la falta de educación, que conlleva a la pobreza, que conlleva a la marginación. Y como ruido de fondo la complicidad de un gobierno y una élite empresarial que estiraron la liga hasta poner en riesgo la viabilidad de nuestro país porque quizá les venía más a modo gobernar, unos, envenenar con chatarra mental (televisión) y física (refrescos, gansitos, papas), los otros, a una población sin pensamiento crítico.
Por estos tres factores, más una estupenda realización cinematográfica, me atrevo a pronosticar que estamos frente a una película de época. Un documento más que le permitirá a la historia juzgar nuestro criminal presente.
(DIEGO RABASA)