“Hijos del sistema”, por @drabasa

En su libro Dispara a todo lo que se mueva el periodista Nick Turse ha logrado demostrar que las atroces matanzas de civiles perpetradas por el ejército norteamericano durante la guerra de Vietnam no fueron producto de errores de campo o de conductas psicóticas aisladas sino el devenir lógico de una política de guerra, de un sistema, impuesto a los soldados de infantería desde los más altos niveles de las cúpulas militares de dicho país. En aquella guerra, el ejército de nuestros vecinos del norte puso en práctica un modelo que pretendía medir el rendimiento de las tropas armadas con indicadores más propios de corporaciones y de rendimientos financieros que del arte de la guerra. El body count (el número de bajas causadas al enemigo, y como enemigo potencial hay que entender todo aquel o aquella que no fueran norteamericanos) se usaba como la variable que medía la eficiencia de las tropas.

Un reciente documental llamado The Kill Team (El equipo de la muerte) muestra el juicio que realizaron las cortes militares de los Estados Unidos en el 2011 a cinco soldados acusados de asesinar civiles afganos para entretenerse. Los soldados cazaban a civiles afganos, les plantaban armamentos para que parecieran combatientes talibanes o planeaban retorcidas tramas para argumentar que actuaron en defensa propia. Una vez consumados los asesinatos se tomaban fotos con los cadáveres (a veces ante la inmediación de los familiares del hombre ultimado) y los presumían como si fueran trofeos.

En los testimonios que el documental recoge podemos ver que los soldados, aunque profundamente trastornados, actuaban más dentro de la lógica de un cierto sistema, de un sistema de creencias y de valores, que empujados por alguna especie de patología mental aislada. Es importante, por supuesto, buscar a los responsables de horrores semejantes. Pero aún más importante es entender qué dio pie a que estos existieran.

Aunque hoy en día los responsables directos de las matanzas en Tlatlaya o en Ayotzinapa pudieran estar presos (es difícil saberlo), hay detrás de estos fenómenos un sistema político que insiste en gobernar de espaldas a la realidad. A negar incluso los conflictos de intereses o los actos de corrupción más flagrantes, a continuar con el sistema de privilegios y de absoluta indiferencia ante los clamores populares y esto hace que el horror, si esto es posible, se vuelva aún más dramático porque nada nos permite pensar que esta infernal coyuntura se despejará en algún momento y estos criminales episodios no se repetirán.

(DIEGO RABASA)