La vida en nuestra ciudad bien podría llevar como epítome el título de uno de los libros más famosos de Charles Dickens: A Tale of Two Cities (Historia de dos ciudades). La legendaria novela del escritor británico empieza de la siguiente manera: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto”. La vida en Polanco y en la colonia Guerrero bien podrían hacer las veces de Londres y París, las dos ciudades que Dickens eligió para representar este claroscuro existencial que desde hace más de un siglo divide, casi sistemáticamente, a los habitantes del mundo. Esta tozuda e indigna línea divisoria se puede atisbar no sólo en las condiciones de vida de los habitantes de esta ciudad, sino en otros dramáticos terrenos como por ejemplo en Michoacán en donde el título tendría que ser Historia de dos países: los que habitan México y los que habitan regiones sometidas a poderes fácticos alternativos al gobierno de la República.
Hace unas semanas el escritor keniano Kennedy Odede escribió en un artículo para el New York Times que uno de los asuntos más graves de la pobreza era lo que él llamaba la psique de ser pobre en la que se pierde toda esperanza de aspirar a un porvenir mejor que el actual. Esto, decía Odede, constituye el terreno más fértil que pueda haber para que los grupos terroristas recluten miembros. Más allá de cualquier consideración humana –que las elites de poder reaccionen en base a consideraciones humanas es una quimera que de tan impensable se ha vuelto ingenua– la brecha entre los ricos y los pobres constituye de manera cada vez más evidente una amenaza para el desarrollo de las ciudades y de los países. El recién electo alcalde de Nueva York Bill de Blasio, por ejemplo, basó toda su campaña (utilizando, por cierto, el título de la novela de Dickens como eslogan) en estrechar las distancias entre los potentados y los marginados.
La obsesión de los gobiernos que han asumido el neoliberalismo como una nueva religión es el crecimiento económico. Creemos que la manera para salir del subdesarrollo es mediante el alza del PIB de la misma manera que creemos que la manera de combatir la inseguridad es poniendo cámaras de vigilancia en la ciudad o metiendo al ejército a “recuperar” el control de las zonas en donde campa la anarquía. El verdadero indicador que debería preocuparnos no es tanto el que mide el tamaño de nuestra economía, sino el que mide cómo está distribuida la riqueza dentro del país. La verdadera estrategia de defensa contra el crimen organizado no son los tanques ni los soldados, sino la posibilidad de establecer condiciones para que la educación, la vivienda, la salud y el trabajo no sean sólo palabras vacías que se utilizan para adornar la propaganda política con puros fines electorales.
(DIEGO RABASA / @drabasa)