Para Octavio Paz la historia es cíclica pero este “eterno retorno” no es semejante al de un disco que tocara sin cesar las mismas canciones sino una suerte de espiral que, aunque cubre un idéntico diámetro, no recorre exactamente los mismos puntos. Hace veinte años hubo un despertar muy notorio de nuestra conciencia cívica, el término “sociedad civil” entró por primera vez en nuestro vocabulario cotidiano. Las marchas eran espontáneas y estaban animadas por la solidaridad con los más pobres y por la esperanza de reducir los abismos socioeconómicos que caracterizan a nuestro país. La gente pedía el cese al fuego pero también abogaba por sus condiciones de vida y su derecho a expresarse. A pesar del hostigamiento por parte del gobierno federal que estaban sufriendo en sus comunidades, los más desfavorecidos llevaban en esa época la bandera de México. No con rencor o resentimiento sino con esperanza. Nos llamaban a sumarnos a su lucha por un cambio y nos invitaban a inventar un nuevo destino. Denunciaban la falta de integridad que siempre nos ha caracterizado y decían que sólo al reconciliar el mundo indígena con el de las grandes ciudades podríamos recuperar nuestra dignidad perdida.
Desde ayer, mi celular no deja de recibir mensajes de texto. Todos preguntan lo mismo ¿Vas a la marcha? No negaré que me emociona. Me alegra saber que por fin en este país la gente esté reaccionando a los abusos del poder y que quizás esto origine un cambio significativo: quizás la semilla que el EZLN sembró en aquella época florezca de una vez por todas. En este giro de la espiral donde nos encontramos, la gente del campo ha vuelto a despertarnos. Lo que antes despertaron en nosotros los indígenas de Chiapas, lo provocan los normalistas de Ayotzinapa y sus familiares en luto. Sin embargo, en este recodo, el PRI ha vuelto al poder y con él sus tácticas provocativas e intimidatorias. El fin de semana pasado, la PGR entró a la UNAM cuyo territorio autónomo es un símbolo muy poderoso —recuerdo de las masacres perpetradas por Díaz Ordaz y Echeverría— e hirió a un estudiante, con un pretexto tan barato que no puede leerse sino como una mera provocación. Pocos días después, el presidente de México amenazó con usar la fuerza pública. Permítanme pecar de ingenua pero ¿no se supone que ese señor está ahí para servirnos y representarnos? Hace veinte años el presidente era Salinas de Gortari, un hombre sin piedad pero de inteligencia incuestionable. En este piso de la espiral, el jefe de gobierno no cuenta con la segunda cualidad o al menos no la ha manifestado de forma convincente.
“¿Vas a la marcha?” Los mensajes de texto que recibo llegan siempre en forma de pregunta. Nadie da una consigna. No se sabe exactamente quién está convocando, ni siquiera dónde es la cita. Algunos sugieren partir desde Tatelolco, otros del Ángel, otros de CU. Algunos van a apoyar a los padres de los normalistas cuya marcha arriba a la ciudad en unas horas, otros a los estudiantes de la UNAM en protesta por la violación a su autonomía. Esperemos en todo caso que esta vez no se pongan a buscar celulares. Tampoco hay sindicatos ni colectivos ni partidos. Estas marchas se caracterizan por ser espontáneas y muy familiares. A mí el caos en este caso me parece un buen augurio. Coincido con Juan Villoro en que no necesitamos líderes sino un frente ciudadano o cívico que nos represente a todos. En un poema llamado Blanco, un texto muy vital, erótico y místico a la vez, Octavio Paz se refiere al momento en que el universo está por nacer y por lo tanto todo es posible, un momento sagrado que, como explica el escritor, el budismo representa con una sílaba germen cuyo color es el blanco. De ese color serán las velas y las banderas que llevaremos hoy a la marcha.