Se llama, digamos, Amaury Menchaca. Es, hipotéticamente, de Tenayuca y vive en la capital o alguna otra ciudad. Va en su automóvil. En un pequeño embotellamiento, mientras espera la luz verde, se mete a revisar las redes sociales en su teléfono y descubre que una mujer llamada Svetlana Alexiévich, natural de Bielorrusia, ha obtenido el premio Nobel de Literatura 2015. Amaury rompe a reír. ¿Svetlana? Que no frieguen: ni que fuera tenista o patinadora. ¿Y si es bailarina de table? A lo mejor ya salió de portada o centerfold en la revista de encueradas de su preferencia y no la recuerda. Y bueno… ¿Bielorrusia? No, pos de una vez que premien a uno de Besarabia, o de Chinconcuac o de qué o qué.
Esas ideas, sin duda ingeniosísimas, pasan de los dedos de Menchaca a la red en segundos y comienzan a ser compartidas y festejadas por miles de personas. Otras tantas replican razonamientos (por llamarlos de algún modo) similares. ¿Quién es la tal Svetlana? ¿Qué diablos es Bielorrusia? ¿A quién se le ocurre darle un premio tan importante a una desconocida de sepa Dios dónde? ¿Por qué nunca le dieron el Nobel a Cri-Crí?
A Menchaca no se le ocurre que Bielorrusia es una región de profundas raíces (ignora cabalmente que se le conoció como Rutenia o “Rusia Blanca” y que su nombre oficial es República de Belarús) y no un planeta extraterrestre. Y que el nombre Svetlana Alexiévich no tiene por qué ser más extraño de lo que les sonará a los bielorrusos (o a los chinos, hindúes, coreanos…) “Amaury Menchaca”. Pero no: Menchaca no se plantea eso. Su nombre le parece de lo más normal y comprensible: un nombre de persona, no de… lo que sea que viva en Bielorrusia. Por supuesto que también le parece (faltaba más) que Tenayuca es lugar perfectamente reconocible para el resto de la humanidad, referencia tan forzosa como Nueva York, París, Moscú.
¿Por qué existen miles que piensan de ese modo? ¿Por qué tantas veces nos rebajamos a pensar así? La existencia de Bielorrusia se aprende en clases de geografía que nos son impartidas, como muy tarde, en la secundaria. El dato no tiene que ser fundamental en la vida de nadie, pero de ahí a maravillarse de que un país se llame como se llama hay un abismo. Por otra parte, resulta una torpeza (otra más) que se tilde de “desconocido” a un autor si, como sucede con un porcentaje mayoritario de los Menchaca, las referencias literarias no pasan de frasecitas de don Paulo Coelho: por más que se lea, una multitud de autores nos son desconocidos. Y si no se lee, peor.
¿Alguien de a pata se atreve a llamar “desconocidos” a los físicos, químicos, matemáticos o economistas que reciben sus respectivos Nobel? Ajá. Pues eso.