Imágenes para un atisbo de verdad

En uno de los salones hay una fotografía con una mujer reclinada sobre un cuerpo oculto tras un muro y al otro lado la normalidad de la vida: el mar en calma y una multitud de bañistas en playa Caleta. Acapulco sangra –el país sangra–, pero más allá de la pared que separa al muerto de los vivos ¿este despojo humano en verdad nos importa?

La imagen es parte de 398 fotografías de 213 fotoperiodistas mexicanos reunidas en el Foto Museo Cuatro Caminos, un espacio espectacular construido por el arquitecto Mauricio Rocha en lo que fue una fábrica propiedad de la familia de Pedro Meyer, un periodista mexicano-español que en los 90 evolucionó de fotógrafo documental a documentalista digital que combina imágenes para lograr una declaración distinta.

Para Meyer –elocuente, inquieto, cabello espeso y blanco como león añoso–, uno de los propósitos de este espacio abierto desde hoy es reinventar la idea de museo. Rechaza esa pasividad donde el espectador anda como amordazado y aspira a crear un lugar interactivo que propicie la discusión sobre las imágenes y el significado de la fotografía –del país y sus habitantes–.

wilbert1Si el país se muere en un desierto de verdades sin valor donde el descreimiento corroe y deslegitima, el Foto Museo Cuatro Caminos es un destello urbano donde las imágenes no aspiran a declarar más que mil palabras y se transforman en declaración, recordatorio y denuncia, una línea constante en las dos exposiciones fundacionales: Todo por ver y El Estado de las cosas.

“En las exposiciones no hay certezas ni respuestas”, dice uno de los curadores, Francisco Mata, parte de la estirpe de fotoperiodistas que en los 80 y 90 retrató con genio la vida cotidiana. “Estas obras producen preguntas y dudas sobre lo que no tiene respuesta en este momento”. Una de esas interrogantes, apunta Mata, es: ¿Qué es la fotografía mexicana de este tiempo?

Una pregunta e imágenes que parten de este provocador anti-museo de la fotografía:

¿Qué país es este?

Un hombre barbudo vestido de indígena chiapaneca.

Una tienda abandonada en Ciudad Juárez.

Un adicto catrín.

Unos mellizos resguardados por unas nanas uniformadas.

Unos cuerpos que sin cabeza podrían ser de perro o de cerdo, pero colgados de un puente, no lo son.

Dos dedos.

Una casa naufragante.

Unos hombres desnudos y furiosos en el respetable Senado de la República.

Una cabeza en una caja de aguacates.

Un policía indefenso rodeado de policías.

Unos niños jugando a mafiosos en un vocho sin llantas.

Doña Clemen bañando a su hijo viejo en un lavadero.

El único sonido en el Foto Museo es el que producen los discursos sobrepuestos e ininteligibles de la que parece ser la voz del Presidente de la República.

Vayan a redescubrir el país y a debatir lo que encontrarán en este sitio que no sólo desafía la importancia del museo como actor social: si el gobierno de la ciudad se propone privatizar el corredor Chapultepec, Meyer nos devuelve a todos un espacio de cinco mil metros que perteneció a su familia.

(Imágenes de Carol Espindola)

 

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