La noche del sábado pasado, El Imperial, emblemático establecimiento rocanrolero de la Roma-Condesa, celebró su última jornada. Se le echará mucho de menos
Afortunadamente nunca lo visité de día. Debe haber sido horripilante: muebles sucios, pisos cochambrosos, manchas indescriptibles. Como cualquier antro. Pero de noche, El Imperial era hermoso. Decadente. Divertido. Por su escenario desfilaron los músicos más notables de nuestro país, desde Café Tacvba y Fobia (qué concierto aquel, sin anunciarlo a nadie: se abrieron las cortinas y ahí estaban) hasta Rey Pila, Hello Seahorse! y Silverio. También recuerdo haber visto ahí a Los Planetas y a Ariel Pink. Ustedes perdonarán que no mencione más: no solo hay poco espacio en esta columna, también el disco duro de su autor se encuentra un poco fragmentado.
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El Imperial, para quien no lo sepa, era un pequeño foro-bar en la frontera que divide a las colonias Roma y Condesa. En poco tiempo se convirtió en un clásico de la noche chilanga. Como ya mencioné, se presentaban muchos artistas, de rock principalmente, pero también de otros géneros. A veces los superconsagrados, a veces unos que de plano estaban debutando. Tampoco faltaron los que quizá debieron jubilarse años atrás. A veces te llevabas sorpresas gratísimas con artistas desconocidos y otras te tenías que chutar un espectáculo lamentable. Era un rito pasar por ahí. Una prueba de fuego para ascender de las fuerzas básicas a la primera división. Su cartelera también incluía DJs. Igual que con los músicos, algunos muy buenos, como Kay y Pato (los legendarios No Somos Machos) y Bonnz, y otros muy malos pero entusiastas, como su servidor.
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Algún día de la semana pasada recibí un par de mensajes de texto, uno de Jorge “Chamuco” González y otro de Atto Attie, los meros meros del lugar. Eran lo mismo: una invitación a celebrar con ellos los primeros 10 años de vida de su establecimiento. Confirmé formalmente mi asistencia. A la mera hora no se pudo. Esa noche y la mañana siguiente, las redes sociales confirmaron que en realidad se trataba de una fiesta de despedida. Que esa era su última noche operando. De haber sabido, no hubiera faltado. ¿Y ahora? ¿Qué va a ocupar ese lugar? ¿O es una prueba más de que el rock ya no es tan importante? Me sabe mal la noticia. No solo por los buenos recuerdos invocados por su nombre de manera instantánea. También porque se trata de uno de esos sitios que hacen comunidad. Donde nos vemos las caras, nos conocemos, intercambiamos ideas y los que tienen música interesante que compartir lo hacen. Muy necesarios y cada vez más escasos.
“Me sabe mal la noticia. No solo por los buenos recuerdos invocados por su nombre de manera instantánea.”
Le pregunto al Chamuco qué hay detrás de su decisión. La respuesta, a pesar de la confianza que nos tenemos, es muy diplomática: “Realmente se decidió cerrar el ciclo en un momento prudente. Al cumplir 10 años. Antes de que empezara a chafear. Pasaron cosas muy buenas en el lugar. Fue irnos como llegamos: por la puerta grande”. Cuando le pregunto sobre futuros planes, no me revela mucho. De manera predecible, en el medio musical hay muchos rumores ante el suceso. Nos encantan los chismes. Hay gente que asegura que su clientela bajó notablemente tras el terremoto de septiembre.
El Imperial estaba frente al trágico Álvaro Obregón 286 y, durante esos días, funcionó como albergue tanto para rescatistas como para los que esperaban noticias de sus familiares que quedaron ahí atrapados. Estar cerrado tantas semanas le pegó. También hay quien dice que cierra por diferencias creativas entre sus socios. Y, finalmente, y espero que no sea cierto, porque habla de un problema grave en nuestra ciudad, hay quienes conjeturan que es consecuencia de la presión que ejercen los criminales que desde hace rato operan impunemente en la zona. Lo que haya sido, le voy a echar mucho de menos. Sé que no estoy solo. Gracias, Imperial, por tanta música, tantas noches, tanta cosa buena.