La semana pasada le dediqué mi columna a la caza recreativa. A modo de introducción, di un esbozo de los detalles y dilemas que llaman la atención al empezar a leer sobre el tema. Como siguiente paso decidí investigar la importación de marfil a México. Imagino que habrá quien vea esta empresa como un ejercicio ocioso. Después de todo, en nuestro país no hay elefantes afuera de zoológicos y ciertamente palidecemos en materias de importación ilícita de marfil frente a trogloditas como los chinos, quienes según estudios de la CITES, National Geographic (ver Ivory Worship) y el New York Times (ver el breve reportaje Blood Ivory) son los mayores responsables del reciente incremento en la caza indiscriminada de estos animales en África. Sin embargo, es innegable que en la clase alta mexicana existe el poder adquisitivo necesario para pagar el viaje y los costos de una cacería exitosa (como dije la semana pasada, un elefante cuesta casi 40 mil dólares). Y es innegable que en México existe la caza dirigida no al consumo del animal sino a la obtención del cadáver como trofeo, dos actividades que no podrían ser más distintas, tanto en precio como en implicaciones de carácter ético.
¿Se puede importar marfil a México? Como todo en nuestro país, las respuestas no fueron fáciles de conseguir. Me brincaré las decenas de llamadas, tiempos de espera, transferencias y callejones sin salida para ir directo a los resultados. Después de hablar con un agente aduanal (que prefirió permanecer anónimo) y de recibir información de la Profepa a través de un amigo abogado (mis intentos no llevaron a nada), conseguí la cuota arancelaria que se paga por kilogramo importado de marfil: 10%. Esto se aplica al costo pagado por el marfil en el lugar de origen. A fe mía, este cálculo es difícil de determinar. En el caso de un elefante conseguido en una cacería legal, ¿la tarifa se aplica al precio total de ésta o solo al trofeo?
Para entender más sobre este fenómeno es indispensable visitar la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), un organismo que fue fundamental para detener la previa matanza de elefantes en la década de los ochenta, cuando África perdió a la mitad de sus poblaciones. Ahí encontré los Cupos de Exportación, que detallan cuánto marfil puede exportar cada país anualmente. Para 2013, al parecer solo Botsuana, Zimbabue y Sudáfrica pueden exportar colmillos de elefantes (500 es la cuota máxima y le pertenece a Zimbabue). En teoría, esto significa que cualquier individuo de un país que forme parte de CITES, como México, puede visitar estos países, donde las poblaciones de elefantes no son protegidas como se indica en el Apéndice I de la Convención (especies básicamente intocables), obtener una licencia de cacería y matar e importar el trofeo resultante de un paquidermo (pagando el antedicho arancel), siempre y cuando el país no haya cumplido con la cuota anual de exportación.
Esto no incluye marfil conseguido previo a la convención, con más de 100 años de antigüedad. En esos casos, CITES otorga permisos para autentificar que se trata de una pieza antigua. Todo indica que México permite la importación de marfil y que, por lo tanto, la cacería por trofeo puede ser legal. Las implicaciones éticas son otro boleto. Y de eso hablaré la semana siguiente.
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(Daniel Krauze)