El 28 de diciembre tiene algo de sádico. Pongo un ejemplo: un amigo lleva 15 años llamando a su madre al filo de las siete de la mañana, cada 28 de diciembre, para decirle que va a ser abuela. Durante 15 años la ilusión ha traicionado a la pobre mujer y se ha puesto a dar de gritos como loca antes de reparar en que le están tomando el pelo. No: mi amigo sigue siendo un buenazo para nada incapaz de conseguir un empleo fijo y mucho menos una pareja con la cual reproducirse (ahora le ha dado por decir que es un “Young Urban Bohemian” y por eso nomás agarra chambitas y citas eventuales). Sí: lo que sucede es que es Día de los Inocentes.
Hace unos años trabajé en un periódico, ya desaparecido, que comenzó con el juego de publicar una portada de Día de los Inocentes con notas falsas pero creíbles. La primera que recuerdo hablaba de la detención del expresidente Carlos Salinas de Gortari (unos meses después de la de su hermano Raúl y en medio de una multitud de chismes que indicaban que era posible). La apuntalaba un fotomontaje con Salinas siendo trepado en una patrulla por oficiales encapuchados. Puras patrañas, claro, pero divertidas.
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La composición de esa portada “ingeniosa” involucraba a todas las secciones del diario. Con los años se convirtió en una ocupación tediosa: los de cultura mandaban siempre el mismo chiste sobre Paz (“Octavio Paz prologará el libro de Gloria Trevi”, por ejemplo). Los de deportes hacían lo mismo con el pobre Atlas (“Compran viejos trofeos de waterpolo para tener algo en sus vitrinas”). Como no todos los lectores son tan crédulos como la madre de mi amigo, el interés y el entusiasmo por las notas apócrifas fue mermando. Quién nos diría que, años después, causarían sensación portales como El Deforma (y antes The Onion o El Mundo Today) dedicados a falsear noticias por diversión.
La mejor inocentada que nos dio el periódico a sus trabajadores, por cierto, fue cerrar sus puertas justo antes del año nuevo de 1998 y dejarnos sin aguinaldo. En vez de pasar las navidades en banquetes y posadas las pasamos en piquetes huelguistas, en torno a una fogatita, mientras un compañero entonaba piezas de trova cubana acompañado por una guitarra de palo. Bebíamos traguitos de tequila barato en botellas envueltas en papel estraza. Uno de los redactores de la sección cultural donó un frasco de Prozac que se terminó durante la primera guardia. Milagro que nadie se colgara en la bodega.
En pleno 28 de diciembre, me encontré el hijo del dueño en un bar. “Felices fiestas”, me dijo el gaznápiro, como si su padre no nos hubiera puesto de patas en la calle. Llevo casi 20 años arrepentido de no haberle dado un derechazo en la boca a modo de inocentada.