No creo que sea fácil que algún día olvidemos a Irma López Aurelio, la indígena mazateca que parió en el patio de un hospital oaxaqueño.
Y no por su caso en sí mismo, que por desgracia apenas hubiera tenido atención oficial y mediática, sino por la fotografía de ella pariendo a su bebé, sin duda la imagen más fuerte que muchos hemos visto este año.
Su rostro de dolor, su bebé en el pasto, el cordón umbilical…
Su caso, por supuesto, está lejos de representar una excepción de la regla. Ha sido también, como todos sabemos, un terrible resumen de lo que es la medicina pública en México, la gran apuesta social del sexenio pasado.
Porque a Irma le ha pasado todo: nunca está de más recordarlo, pero apenas le dieron atención prenatal porque no había médicos disponibles; tampoco postnatal, a pesar de todo el ruido mediático que desató su caso. Intentaron cobrarle el servicio y hasta amenazaron con borrarla del programa Oportunidades, por las repercusiones que tuvo su parto.
Hoy ha tenido que ser defendida por el grupo de abogadas de GIRE, porque las autoridades oaxaqueñas ni siquiera han sido capaces de sancionar a los responsables médicos de este caso. Ya hay una denuncia ante la Comisión de Derechos Humanos de Oaxaca y una queja administrativa contra el personal del hospital, ya que la Comisión Estatal de Arbitraje Médico del estado se atrevió a definir lo ocurrido como “un evento fortuito”. Peor, lo calificaron como un “detalle”.
Un caso impactante, sin duda, pero que en la Ciudad de México –seamos francos- hemos acompañado con un “bueno, ocurrió en San Felipe Jalapa de Díaz, un pueblo oaxaqueño en el que seguramente las carencias no se limitan al servicio médico”.
No es así. Al menos dos informes difundidos recientemente nos recuerdan que en todo el país ocurren casos similares. Y que el Distrito Federal no es la excepción.
Sobre lo que sucede en el país hay datos demoledores: una tercera parte de los Centros de Salud son atendidos por pasantes, que trabajan 252 días al año; hay 10 estados con 0.5 médicos por cada mil habitantes sin seguridad social; el 30% de esos centros carecen de drenaje, y el 13% no tienen agua potable.
Pero de nuevo estas cifras, para un capitalino, dicen poco. Tenemos que recurrir a un informe de la Comisión de Derechos Humanos del DF para recordar que Irma vive aquí y que hemos enfrentado casos iguales de negligencia, algunos con consecuencias mortales para los bebés, y que no ha pasado nada. ¿No ha habido una foto que provoque la indignación?
Apenas el año pasado, esta Comisión revisó 17 casos en los que la Secretaría de Salud negó la atención a mujeres embarazadas.
Y peor: en ocho casos, los bebés perdieron la vida al nacer y tres más sobrevivieron, pero presentan secuelas físicas o neurológicas. Una de las 17 mujeres murió.
¿Cuál es la diferencia entre Irma y las mujeres que en esta Ciudad –según dice el Informe- parieron en el baño del hospital o en la puerta misma?
He buscado alguna nota sobre estos casos y confieso que no la encuentro.
¿Y cuál es la diferencia entre la Comisión de Arbitraje Médico de Oaxaca, que se negó a sancionar a los médicos responsables del caso Irma, y la Secretaría de Salud capitalina, que no ha acatado las recomendaciones de la CDHDF?
Basta recordar que la Secretaría de Salud ocupa el tercer lugar en denuncias de violaciones a derechos humanos en el DF.
Irma López Aurelio, pues, no representa sólo un caso de desatención a los pueblos indígenas de alguna zona perdida en Oaxaca.
Casos iguales hemos enfrentado en esta Ciudad. Y quizá la peor desgracia ha sido que no hubo un fotógrafo –profesional o amateur- que captara el momento para que nos indignáramos igual o más.
Irma está en todas partes.
(DANIEL MORENO CHÁVEZ / @dmorenochavez)