El pasado fin de semana se suponía triunfal para Justin Timberlake. El 2 de febrero liberó su quinto álbum en solitario, Man of the Woods. Dos días después, actuó en el medio tiempo del Super Bowl. Resulta que las cosas no salieron como esperaba.
¿En qué momento empezó el mundo a odiar a Justin Timberlake? No lo sé, pero de ser una de las estrellas de pop más queridas y respetadas de la actualidad, se ha convertido en blanco de cualquier cantidad de críticas inmisericordes, tanto musicales como personales. Parecería que su carisma hasta aquí llegó. Que la inspiración que mostró en sus primeros discos como solista, tras haber disuelto el grupo que le dio fama y fortuna, NSYNC, se ha agotado.
Empecemos con su nuevo disco, Man of the Woods. Las grandes expectativas generadas por su anuncio se ampliaron más cuando comunicó que su nueva música estaba, más que nunca, influenciada por su ciudad natal, Nashville, la capital de la música country, y por su familia, lo que hacía pronosticar un disco muy personal, muy íntimo, muy profundo. Difundió un video con breves retazos de las canciones nuevas que funcionó para entusiasmar a sus fans y a algunos medios. Hubo uno que incluso dijo que le recordaba el folk electrónico y experimental de Bon Iver. Ya saben, en estos tiempos de atención fugaz, se dice cualquier cosa con tal de conseguir unos cuantos clics.
Pero una vez que el disco se hizo público, le cayeron críticas muy duras. Y no solo a él, también a sus productores más notables, Timbaland y Pharrell Williams, dos leyendas de la consola.
¿Es un disco terrible? Francamente, no. Tiene momentos (muchos) muy aburridos. Le faltan canciones impredecibles. No hay sorpresas ni sobresaltos. Pero sin duda ustedes y yo hemos escuchados discos de pop muy inferiores a este. Está hecho con cuidado. Se le ha puesto atención a los detalles. El problema es que su autor es de altos vuelos y ha hecho muchas canciones brillantes con las que le puede dar batalla a cualquiera de los grandes: Beyoncé, Rihanna, Drake, Michael Jackson, Madonna o quien ustedes quieran. Ahora no se le nota esa ambición, o ganas de innovar, de dar un manotazo en la mesa. Es un disco meh. Flojo. Irrelevante. Fugaz.
El New York Times empieza su reseña con una frase durísima: “Ahora nos acercamos al duodécimo año del engaño nacional de que Justin Timberlake sigue siendo una estrella de pop esencial”. Pum. Es decir, según el diario más influyente de la Tierra, la música de Timberlake no es importante desde los tiempos en los que Vicente Fox era presidente. Pitchfork, un medio que a pesar de sus exquisitos reseñistas siempre ha sido generoso con el pop masivo, fue igual: “No hay dónde refugiarse de las letras [de las canciones], en repetidas ocasiones generan la misma mezcla de emociones que uno enfrenta al encontrarse a sus padres teniendo relaciones sexuales”.
Y de ahí pa’l real. No he leído nada favorable.
Su actuación en el Super Bowl tampoco fue particularmente mala. Fue grandilocuente, frívola y pedante, pero no recuerdo un show de este tipo al que no se le puedan aplicar estos adjetivos, salvo raras excepciones. Ni siquiera empleó, como se rumoraba días antes, un controvertido holograma de Prince para rendirle homenaje al músico más notable de la ciudad anfitriona. Solo lo proyectaron en una cortina gigante e hicieron un dueto de ultratumba.
Quizá el problema es que nunca había generado tantas expectativas un disco nuevo de Timberlake y, al mismo tiempo, nunca había hecho algo tan mediocre en lo musical y lo discursivo. La ecuación resultó en desastre. Habrá que ver si se logra recuperar. O si le interesa, pues al mismo tiempo que se habla mal de su trabajo, su disco va rumbo al primer lugar del Billboard. Así la cosa.
También te puede interesar: Fe absoluta en Bahidorá