Kate tecleó con sus dedos suaves de diva inalcanzable aquel tuit de 2012 donde pedía al Chapo “traficar con amor” y, aunque ella no lo sabe, con esas palabras me regaló una imagen que fue como una caricia suya bajo una luz íntima: me imaginé al Chapo leyendo el tuit de la actriz en su smartphone en medio de un plantío de Badiraguato, para en un fulminante arrepentimiento gritar a sus subalternos: “Me acaba de escribir Kate del Castillo, hijos de su pinche madre. Me suspenden ahorita mismo la siembra de mariguana y amapola, y la elaboración de cocaína, metanfetaminas y heroína porque vamos a cultivar corazones rosas olor cereza. Metan a la tierra un chingo de semillas de corazoncitos pues traficaremos amor, culeros; vamos a mandar amor a los pinches gringos para que por la nariz sólo se metan amor y cuando los Beltrán nos disparen ustedes respondan con ráfagas de corazones rosas”.
Dudo que traficando corazones sea posible comprar casas, barcos, tierra, aviones, submarinos, Buchanan’s y mujeres, aunque sí creí que el mínimo efecto del tuit de mi amor secreto desde Muchachitas (en una cerradísima carrera con Tiaré Scanda, perdón Kate) sería cambiar este mundo por uno de besos y abrazos. Adiós maldad.
LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE ANÍBAL SANTIAGO: EL RETRETE DE TLAYACAPA
Pero lo que después pasó con Kate fue más alucinante. Imaginemos célebres actores con el plano realidad-ficción trastocado, quienes de pronto se vuelven sus personajes en la vida real: Marilyn paseándose en la calle con la falda levantada siempre, Stallone acribillando a inocentes pobladores de L.A., Christopher Reeve saltando con una toalla en la espalda desde el Empire State. Pues lo patético le ocurrió a la hermosa Kate: la actriz empezó a mutar en La Reina del Sur, en la vida real fue parodia de su propio personaje y le fueron irresistibles dos cosas. Una, derretida por el poder flirtear con el gran capo mundial de la droga (a eso tiene derecho aunque me ponga celoso). Y dos (eso sí es grave), trabajar para él mediante una película. Ya la autoridad indagará, pero si eres actriz y el personaje de la Reina del Sur invade tu vida parece inevitable maquinar negocios con ese capo: le reclutas empleados-actores, haces cuentas, le gestionas entrevistas, te reúnes con él, co-inviertes tiempo y/o dólares. El problema es que en la raíz del dinero de la película no corría el tráfico de corazones, sino la savia del crimen organizado, los homicidios en masa, el tráfico de armas, el comercio de enervantes y el narcolavado. Y eso no es traficar amor.
No hace falta sembrar la semilla, echar agua y cortar la plantita para ser parte del business. Ignoro cómo hará Kate para salvarse: seguro existen retruécanos legales y nuestra justicia es justa si olfatea dinero. Pero esta vez no será fácil: en su contra tiene la inquina del presidente Peña.
Kate se parecía cada vez más a la Reina del Sur. Y la Reina del Sur pasó por la cárcel.