Quién sabe si un médium lo contactó con Díaz Ordaz y con todo ese priismo de las cavernas que seguimos padeciendo, pero apenas llegó de su viaje por China y Australia, el señor Monex dijo que aspira a no tener que usar la fuerza pública.
Aspiro, también, a que su procurador y su secretario de Gobernación nos digan, sin cansarse, cuántos Abarcas más hay en el país, cuántos policías, cuántos militares, cuántos gobernadores, regidores y secretarios trabajan para el crimen. Aspiro a que todos ellos estén en la cárcel. Aspiro a que su gobierno se deje de montajes (con García Luna y Calderón ya tuvimos suficiente). Aspiro a que acepte que la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa es culpa del Estado (ojalá uno de sus asesores le lea en voz alta la definición contenida en la Convención Internacional para la protección de todas las personas contra las desapariciones forzadas; es el Artículo 2, para que no le aburra leer, señor Monex). Aspiro a que vaya a Ayotzinapa y dé la cara a los normalistas.
Aspiro a que nos cuente la verdad sobre su casa —o de su esposa—, valuada en 7 millones de dólares. Aspiro a que su gente deje de dictarle a ciertos medios nacionales lo que deben de publicar para limpiarle la imagen. Aspiro a que este 20 de noviembre, la gente se quite el miedo y salga a la calles y se organice y proponga, y el señor Monex se dé cuenta de que estamos hartos, de que ya no olvidamos. Aspiro a que en este país se haga justicia por tantos asesinatos y desapariciones.
Aspiro a que use la fuerza pública sí, pero para detener a gente como su tío; el último broncón público del tipo es por secuestrar a sus propios hijos. Aspiro a que esa chica llamada Sofía Castro entienda un día lo insensible que es y se comporte a la altura de las circunstancias. Aspiro, pues señor Monex, a que renuncie y pronto, muy pronto, sea juzgado por un tribunal internacional.
A eso aspiro, por ahora.
(Alejandro Almazán)