La mañana del 10 de marzo pasado, en Cancún, Teresa Carmona Lobo recibió tres sobres en su casa. Uno iba dirigido a su hijo Joaquín García-Jurado, un chico que fue asesinado hace más de cuatro años y cuyo crimen sigue impune. Los infames sobres contenían la Tarjeta Platino del Partido Verde, aka La Banda del Tucán. De ese partido se puede esperar cualquier ruindad, le escribí a Teresa, aunque ella ya se había percatado de ello.
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Supe de la existencia del Verde cuando aún vivía en la Arenal. Recuerdo haber ido a consulta con el doctor del barrio y él fue quien me habló de un partido ecologista. Me enseñó su credencial —hecha de un plástico que nunca se reciclaría—, y luego me dijo que se lanzaría de diputado local. Hizo campaña con sus propios recursos; sin embargo, no ganó y quedó endeudado. Ese año, 1991, el Verde fue acusado por las autoridades electorales de no haber repartido los fondos de campaña a sus candidatos. Para entonces, ya se sabía que el fundador del partido, el expriista Jorge González Torres, era más transa que un líder sindical y que tenía cierta debilidad por las chamarras de animales exóticos.
Con estos orígenes, al Verde no le ha costado nada ser tramposo. En las elecciones del 97, por ejemplo, presentó facturas falsas para comprobar el 60 por ciento de los gastos de campaña. En 98, después de obtener prebendas, votó para que los pasivos del Fobaproa pasaran como deuda pública. En 2001 renovó su dirigencia en una amañada elección donde las boletas solo traían el rostro del Niño Verde, alias Jorge Emilio González Martínez. En 2002, Jorge Emilio fue exhibido en un video, transando dos millones de dólares a cambio de liberar terrenos protegidos en Cancún… La última trampa ocurrió hace poco: el 31 de diciembre pasado, el Verde recibió la orden del Consejo General del INE para retirar sus anuncios en cines, en espectaculares, en los parabuses, en el Metro y hasta en el papel que uno envuelve las tortillas, pero el partido no hizo caso y firmó un raro convenio con la empresa Raboske, propiedad de Adrián Escobar, hermano del dirigente nacional del Verde. Siguió anunciándose por sus güevos dos meses más, hasta que el INE lo multó con 67 millones de pesos por desacatar la orden.
Las multas y los escándalos no paran al Verde. Los González entienden que negociar con quien tiene el poder es el atajo a la impunidad. En las últimas encuestas, y por absurdo que parezca, el Verde ha crecido en las preferencias electorales. Al PRI le conviene eso: es su hijo bastardo y necesita esos votos. Para nuestra desgracia, seguiremos subsidiando a la Banda del Tucán (al mes recibe más de 26 millones de pesos) hasta que llegue ese día en que el elector entienda que estamos manteniendo a unos pillos que de ecologistas tienen lo que usted y yo tenemos de físicos nucleares. Votar por el Verde es votar por ese PRI de Cuauhtémoc Gutiérrez, de Romero Deschamps, de Gamboa, de Beltrones, de Peña Nieto y ese tipo de personas a las que uno nunca les confiaría mascotas, hijos o las llaves de la casa.
Lo olvidaba: Teresa sigue esperando que las autoridades de Quintana Roo investiguen el homicidio de su hijo Joaquín, las mismas autoridades que una pesquisa apresurada exoneraron al Niño Verde de la muerte de una búlgara. (En abril de 2011, durante una fiesta en el departamento de Jorge Emilio, Galina Chankova Chanev se arrojó del balcón. Ahora se sabe que Galina fue violada e intentó defenderse de sus agresores).
“Me ofende y lastima más allá de mi capacidad para entenderlo”, escribió Teresa en el Feis cuando recibió los tres sobres de La Banda del Tucán, un partido que, como todo el que se precie de serlo, sólo le interesan los votos, las prerrogativas y las transas.
Ojalá los publicistas del Verde planeen anunciar al partido en el papel de baño, que es donde debe estar.
(Alejandro Almazán)