Durante muchos siglos los hombres han sufrido la calvicie como una pequeña y humillante tragedia. Las sátiras en las que se solazaron escritores de todos los tiempos, no hicieron sino contribuir a la actitud de escarnio al que se enfrentan los calvos. Sin embargo, varios de los individuos más interesantes de la historia han sufrido de alopecia.
Se sabe, por ejemplo, que Sócrates era uno de ellos y que justificaba la falta de pelo diciendo que “la hierba no puede crecer en las calles activas”. Julio Cesar, por su parte, escondía la calvicie bajo una corona de laureles y pidió permiso al cenado para llevarla en permanencia. El propio Luis IV, mejor conocido como el rey sol, también lo era pelón. Su barbero lo rapaba en secreto cada mañana y le ponía una frondosa peluca rizada que originó una moda en varios países de Europa.
Hoy en día, el mito de Sansón sigue siendo verdadero para muchos. Al perder la cabellera, los varones se sienten desposeídos de su carisma. Pero ¿existen razones verdaderas para ello? ¿Los calvos no tienen también una serie de atractivos que no comparten sus congéneres peludos? Si hubiera que escoger entre dos partidos —pelones contra mechudos— yo me inclinaría por los primeros. La calvicie no es sólo un rasgo que han compartido personajes tan interesantes y guapos como el faraón egipcio Ramsés II, sino que también implica una serie de virtudes que no se advierten a simple vista. La primera es de orden endócrino: la alopecia se asocia a una producción abundante de testosterona y por lo tanto de virilidad. Los hombres calvos son más arrojados, varoniles y fogosos que los otros. Sin embargo, las razones que en lo personal me mueven a preferirlos son, sobre todo, psicológicas.
Tras haber frecuentado a varios amigos y familiares y observado a lo largo de los años su doloroso proceso de despelucamiento, he llegado a la conclusión de que el tránsito a la calvicie constituye un verdadero rito de iniciación a la madurez con el que muchos ni siquiera sueñan. Desde que aparecen los primeros síntomas de alopecia, el hombre experimenta una toma de conciencia de la fragilidad humana. Comienza a escuchar una serie de chistes y de comentarios sarcásticos sobre su persona y contra eso deberá luchar hasta forjarse un desapego digno de un practicante zen. Poco a poco irá comprendiendo que quedarse calvo es cambiar por completo el estilo de vida, es utilizar crema en la mollera; es acudir al bloqueador en los días soleados de invierno. Esos cambios cotidianos, y en apariencia inocuos, llevan consigo el mensaje trascendente del memento mori.
El calvo lo sabe en el fondo de su alma: perder el cabello es comenzar a morir.
Superada la primera etapa, que casi siempre consiste en peinados estrafalarios o en recurrir a medicinas de funcionamiento dudoso, el hombre termina por resignarse, pero también por cuestionar los valores que le dan atractivo a su persona, así como las razones en las que basa su confianza en sí mismo.
Algunos incurables buscarán refugio en la riqueza material, otros en el poder, ya sea político o de cualquier tipo, otros en la celebridad y la fama. Finalmente, un pequeño porcentaje se dedicará a cultivar una personalidad carismática, la inteligencia, la elocuencia, la generosidad. Los hombres que logran seguir siendo atractivos después de la calvicie constituyen sin duda la mejor especie masculina. Han vuelto de un largo camino de aceptación y autoconocimiento.
Eso les confiere un aura especial, acentuada por el hecho de que, en sus brillantes cabezas, el sol se refleja mejor que en ningún otro lado.
Como pareja, un calvo posee muchas ventajas: no sólo gasta menos en shampoo y en estilista, jamás hará arriesgados cambios de look, y nunca llegará a casa rapado porque perdió una estúpida apuesta por su equipo de futbol.
En el siglo XXI, los hombres están logrando lo imposible: hacer que los prejuicios contra la calvicie queden atrás. Bruce Willis, Zinedine Zidane, John Malcovich, Jack Nicholson, Sean Connery, están ahí para confirmar que hoy en día se puede ser perfectamente calvo y aún así constituir un innegable símbolo sexual.
(GUADALUPE NETTEL / [email protected])