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Hace unos meses un amigo mío terminó en el hospital a causa de un mal diagnóstico médico. Fue a visitar a un ortopedista seguro de que había sufrido un esquince de tobillo. El galeno le recetó pomadas y analgésicos que no surtieron efecto. Al paso de las semanas mi amigo terminó en el hospital con una úlcera perforada por tantos medicamentos: tenía el peroné fisurado, no un esguince en el tobillo. El dolor no desaparecía porque las causas no estaban siendo atacadas.
El documental The House I Live In muestra con precisión e inteligencia el fracaso de lo que Richard Nixon llamó “La guerra contra las drogas”. A más de 30 años y con varios trillones de dólares invertidos (la cifra es del documental) de que el gobierno de los Estados Unidos le declarara la guerra al consumo y distribución de estupefacientes, conseguir drogas sintéticas y naturales es más sencillo que nunca. Un niño de trece años en casi cualquier ciudad del mundo puede hacerlo.
Estados Unidos tiene menos del 5% de la población mundial y cuenta con el 25% de la población carcelaria. De ella un inmenso sector está compuesto por negros, inmigrantes y pobres. Un dato para apuntalar esta idea: sólo el 13% de los consumidores de crack son negros y 90% de los encarcelados por consumir o vender esta droga lo son.
La guerra contra las drogas ha sido utilizada en los Estados Unidos como un medio para combatir poblaciones indeseables: primero se prohibió el opio para segregar y encarcelar a los inmigrantes chinos que le quitaban trabajos a los norteamericanos, luego pasó lo mismo con los negros y la cocaína y finalmente con la marihuana y los mexicanos. Todo esto es relatado con un implacable rigor periodístico, con testimonios de primera mano y con gran maestría cinematográfica por el documentalista Eugene Jarecki.
La guerra contra las drogas, concluye Jarecki, es una obtusa, costosísima e inhumana estrategia orientada básicamente a legitimar la presencia de fuerzas policiacas de diversa índole a través de la persecución de sectores desfavorecidos de la población. ¿O alguna vez se ha sabido que algún alto ejecutivo de Wall Street sea encarcelado por las enormes cantidades de cocaína que se consume en esas esferas?
La “Guerra contra el narcotráfico” en México ha abierto una herida que dejará una cicatriz histórica en nuestra nación. Una parte importante del territorio se ha convertido en una fábrica del terror similar a la de cualquier dictadura feroz africana. La estrategia de combate frontal o de persecución a los grandes capos supone que la enfermedad es una especie de sarpullido de maldad que de pronto brotó en nuestra piel nacional.
La violencia, como lo muestra el documental de Jarecki, es un síntoma y no una enfermedad. Un síntoma que denota una enfermedad gravísima de subdesarrollo social. Un síntoma que no se irá hasta que se modifique sustancialmente (y esto es imposible que suceda a corto plazo) el modelo de nación actual que finca su desarrollo económico en la mitad de su población mientras permite que 50 millones de mexicanos vivan en condiciones que nadie consideraría dignas para sí mismo.
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*Diego Rabasa es parte del consejo editorial de Sexto Piso y del semanario capitalino La semana de Frente.
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(Diego Rabasa)