El comerciante ambulante Rosalío Hernández, casado, con dos hijas y pagando renta por un departamento de 50 metros cuadrados en Iztapalapa, dice que ni regalado viviría en la casa de dos niveles de los Flores, que tiene más de 300 metros de construcción, seis accesorias y estacionamiento.
De vivir allí dejaría de hacer hora y media de trayecto diario para poner todos los días su puesto de frutas y verduras, comería calientito y pasaría más tiempo con la familia. Pero no es que Hernández, de 42 años, no ambicione una vida mejor para sus hijas. Sucede que de tres años para acá, la situación se deterioró en las narices de los Flores, como en ningún otro punto del pueblo de San Lorenzo Tezonco. Hace cerca de un año, cuando se inauguró la Línea 12 del Metro, la cosa se puso peor.
Algo así supuse desde que el taxista que me llevaba dijo: “¡ay güey!” en el momento de agarrar la curva que hay sobre avenida Tláhuac, entre la estación de Periférico Oriente y San Lorenzo Tezonco. “Estos pinches ingenieros”, agregó el chofer con cierta indignación después de pelearse con el volante. Daba la impresión, por un momento, que chocaríamos contra una vivienda, que después de investigar supe que era la de Los Flores.
El taxista manejaba bien, pero parecía que la casa repentinamente invadía el carril de la avenida. Hasta en Google Maps se aprecia esa rareza de la ingeniería mexicana.
Para medio compensar la obra, los encargados del proyecto hicieron otro brazo de la avenida que corre debajo de los rieles del tren elevado y a un costado de las columnas que sostiene la construcción. Sin embargo, esta alternativa invade, al mismo tiempo, el contraflujo. Todo eso genera tremendo caos vial porque a tan sólo unos metros más adelante hay que salirse de ahí para retomar la ruta “normal”. Sólo dos de cada 30 autos, más o menos, lo usa en promedio, según se pudo ver en el tiempo que estuvimos allí.
Es por eso que las banquetas de uno y otro lado están deterioradas. También los postes, porque es a donde han ido a impactarse algunos automovilistas. Aunque por fortuna no han habido muertos, los choques son constantes. No se diga los fines de semana porque tampoco hay alumbrado ni señalamientos precautorios. Ahora los postes amenazan con caer de un momento a otro sobre la casa de los Flores y con ello todo el tendido de cableado eléctrico.
Entendí porque Hernández no quiere vivir allí ni de a gratis. También entendí porque los Flores se gritan cuando hablan en su convivencia cotidiana. En el paso del tren –única línea que no usa neumáticos sino ruedas de metal- hay que hacer pausas en la conversación o de plano levantar la voz, y ellos ya aprendieron a hablar sin pausas.
“Antes de empezar la obra vinieron unos topógrafos, que departe del GDF y dizque traían un notario”, dice Arnulfo Flores. “Ajá, dijeron que la construcción estaba bien. Quedaron de volver al final de la obra, pero ya nunca más se les volvió a ver”, agrega Alfredo Flores. Desconocen las condiciones en las que haya quedado su casa.
Nadie sabe por qué esa vivienda ni la de otros vecinos suyos fueron expropiadas de entre 260 predios y casas que compró el GDF para la Línea 12. Según el gobierno local hasta el momento no hay ninguna falla que permita el contrato imponer sanciones a ICA, Alstom y Carso, encargados de la obra.
Alfredo y Arnulfo comenzaban a hablar de lo mal que les ha ido en su negocio que tienen allí en su casa: la relojería Flores, cuando Hernández, el vendedor de frutas, dijo adiós muy sonriente porque ya se iba a casa a ver a su esposa e hijas.
(ALEJANDRO SÁNCHEZ)