Un amigo lleva empeñado los últimos meses en que su hijo Paquito, que nació el pasado febrero, crezca para hacerse fanático del Guangzhou Evergrande, club futbolero chino que tiene como sede la ciudad de Cantón. La camisa del equipo es roja y su calzón blanco, su mascota es un tigre y sus partidos pueden conseguirse muy de cuando en cuando en internet.
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El razonamiento de mi amigo es sencillo: la economía mundial parece estar desplazando su centro hacia el Oriente. Y allá, China destaca como primera potencia indiscutible. El futbol es cada vez más un deporte en que los resultados acompañan la inversión: los equipos grande s compran estrellas aunque sea para sentarlas en el banco y los chicos se conforman con las sobras. Según los cálculos de mi amigo, que es corredor de bolsa y se graduó con honores en la escuela de Economía, la liga china puede ser la más rica del mundo en unos 15 o 20 años. Por lo tanto, sus equipos tendrán la mayor capacidad para hacer las contrataciones más espectaculares.
Así, al educar a su hijo en el amor a la camiseta del Guangzhou Evergrande (del que se ha prometido comprar cada una de las playeras oficiales que saquen de aquí a que el niño crezca, para que tenga una colección lo más completa posible), le hace un favor: cuando la liga china domine el panorama, los aficionados mexicanos se pelearán por demostrar su profundo amor por ella y sus héroes, tal como hoy lo hacen por escuadras que tan poco tienen que ver con su vida diaria como el Barcelona, el Bayern Munich o la Juventus de Turín (a los que cariñosamente llaman ‘Barza’, ‘Bayer’ y ‘Juve’).
Si la globalización camina hacia donde mi amigo prevé, el crack del año 2040 podría ser, digamos, de Sri Lanka o Calcuta, llamarse Paramahansa Abhiram y ser goleador del Tianjin Teda. El resto del cuadro sería igual. Los niños llevarían los tenis oficiales de Paramahansa (los ‘Kaliyuga Speed’) y las chicas mirarían discretamente los ubicuos espectaculares láser en los que el ídolo modele calzoncillos. Los rencorosos dirían que el ‘Para’ sólo sirve para anotarle de a cinco goles en fondo a equipos segundones como el arcaico Real Madrid (uno de los pocos representantes europeos en la Champions Mundial) pero que no aparece en los juegos grandes contra equipos de Singapur o Corea.
Y cuando ‘Para’ y sus muchachos lleguen a una final (quizá contra el Guangzhou Evergrande), los mexicanos del futuro se sacarán los ojos para apoyarlo o triturarlo con camisetas recién compradas y pasiones instantáneamente desarrolladas pero, eso sí, hasta el paroxismo. Con una excepción: la de Paquito, quien llevará toda una vida de ser tigre de hueso colorado. Sin un solo pariente chino, claro, pero con ‘sangre’ tan del Guangzhou como si hubiera nacido en Cantón.
( Antonio Ortuño)