POLVO
Comisario Pantera es una banda de la ciudad de México. Su estilo -juguetón, lúdico- se nota desde aquella canción de hace un par de años llamada “Grabemos una porno”. En ella, el vocalista hace una invitación tras una vacación en las playas del Caribe mexicano y remata con un sugerente “hagamos una porno, la plata te la quedas tú”.
Si así fuera, la plata sería poca.
La industria pornográfica está en crisis.
El cine para adultos existe desde el inicio de las filmaciones. Escenas eróticas y pornográficas son recurrentes en la historia del séptimo arte.
Lo que ha cambiado es la manera en la que los consumidores de este tipo de cine lo obtienen.
Primero, en diapositivas que se veían en la secrecía del hogar. Luego, en cines dedicados a ese tipo de películas que, a su vez, se transformaron en clubes sexuales.
La aparición de proyectores de súper 8 y de videocaseteras fueron una revolución total para la pornografía. La hechura de esas películas se transformó en términos de tiempos y dinero.
La inversión y jugadores se expandió y el valle de San Fernando en California se convirtió en la capital mundial del XXX.
Los pagos comenzaron a dispararse y las superproducciones regresaron para un consumo íntimo pero muy redituable.
El internet cambio todo. Los sitios amateurs mataron a los grandes estudios y las estrellas de la pornografía comenzaron a desaparecer: fueron reemplazados por modelos y personajes emanados del Medio Oeste gringo. La fantasía se reducía a archivos de 20 minutos de descarga por 20 dólares al mes.
Aún así, la industria era boyante, los sueldos fluctuaban entre los 10 y los 30 mil dólares por escena, conforme a la actuación y necesidades de la misma.
Las estrellas vivían no sólo de sus películas, sino de presentaciones públicas en desfiles, antros y exposiciones.
Al llegar la web 2.0 todo cambió: de 60 mil millones de dólares al año que generaba la industria del porno cayó a casi cinco mil millones; de los 30 mil dólares por una escena complicada, el tarifario cayó diez veces.
La gratuidad de servicios como Cam4 y la piratería dieron un vuelco al retrato del placer carnal.
Por ello, no es de extrañar que los productores y actores de cine para adultos enfurecieran contra Samuel L. Jackson cuando declaró su gusto por la pornografía gratuita: si a él no le gusta que bajen su Nick Fury de Torrent, menos debiera hacer propaganda de Redtube.
Al final, la industria del deseo deberá buscar nuevos caminos que logren causar placer no sólo a los usuarios, sino a los productores y protagonistas de cine más perseguidos del mundo.
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(GONZALO OLIVEROS / @goliveros)