Implacable, la orden del director de Deportes se repetía: cubres la llegada del Santos, la salida de Pumas, la llegada de Jaguares, la salida de Cruz Azul. Yo debía llamar al Jefe Nieto, al Bote, al Guarro o a otro de los camarógrafos de TV Azteca que, estoicos, iban por milésima vez al aeropuerto para encajarles a los jugadores el micrófono sobre el que nos darían fantásticas declaraciones que luego cimbrarían la Tierra: “Será un partido difícil”, “hay que seguir trabajando”, “no debemos confiarnos”.
Devastado por ser incitador y víctima de lo más pobre del periodismo deportivo –buscar declaraciones-, en mis días de reportero en el aeropuerto vi varias veces a Christian Martinoli cuando el comentarista hacía fila para documentar hacia un destino donde narraría un partido. Adusto, retraído, con los ojos escudriñando el piso, usaba una gorrita de los Red Sox que era al narrador lo que la solapa a un detective: el escudo para hacerse invisible. La gente le pedía autógrafos, le hablaba y él sonreía tímido y bajaba la cabeza, como si viviera con incomodidad que descubrieran que él era Martinoli.
Los lunes Christian retornaba a los pasillos de TV Azteca: el Dr. Jekyll ya era Mr. Hyde. En un traje impecable, rigurosamente afeitado y pelo atenazado con gel a lo Carlitos Gardel, el catrín alistaba su revolución ante la cámara.
Es probable que nadie como Martinoli se anime a patear con tanta furia el santuario que glorifica a los futbolistas profesionales: en un ámbito donde los más valientes edulcoran su crítica vía un cobarde “con todo respeto”, él desbarata a los jugadores, los manda a la hoguera y si los alaba es declarándoles su libidinoso amor, y entonces no hay quien le crea.
Quizá influido por el narrador argentino Bambino Pons, la mancuerna que forma con Luis García dota de humor al futbol, una hazaña si en el césped ocurre una afrenta a la civilización tipo Monarcas-Tuzos fecha 3.
El viernes, sin embargo, sentí que si no evoluciona podría volverse sólo un carismático clown. Tras la derrota ante Ecuador en Copa América dijo que el Piojo es “populachero”, “porrista”, “marketinero”. Una cosa es “decir” que el Piojo es tal cosa y otra “decirle” al Piojo que es tal cosa. En lo primero no enfrentas; en lo segundo sí. Martinoli avisó al aire “estamos contigo, Warrior” para que su colega entrevistara a Herrera, aunque bien pudo solicitar que el técnico se pusiera los audífonos y lo oyera. No quiso.
Atacar sin opción de respuesta inmediata puede ser algo obligado (así son las transmisiones deportivas) pero no siempre valiente. Christian se ufana de que no pide entrevistas; para no caer en un monólogo estridente debería pedirlas.
Confrontar cara a cara y en público activa la inteligencia (o exhibe la ineptitud) y además es un acto de valentía: él y su adversario, al mismo tiempo, tienen la daga en la mano.
Devastado por ser incitador y víctima de lo más pobre del periodismo deportivo –buscar declaraciones-, en mis días de reportero en el aeropuerto vi varias veces a Christian Martinoli cuando el comentarista hacía fila para documentar hacia un destino donde narraría un partido. Adusto, retraído, con los ojos escudriñando el piso, usaba una gorrita de los Red Sox que era al narrador lo que la solapa a un detective: el escudo para hacerse invisible. La gente le pedía autógrafos, le hablaba y él sonreía tímido y bajaba la cabeza, como si viviera con incomodidad que descubrieran que él era Martinoli.
Los lunes Christian retornaba a los pasillos de TV Azteca: el Dr. Jekyll ya era Mr. Hyde. En un traje impecable, rigurosamente afeitado y pelo atenazado con gel a lo Carlitos Gardel, el catrín alistaba su revolución ante la cámara.
Es probable que nadie como Martinoli se anime a patear con tanta furia el santuario que glorifica a los futbolistas profesionales: en un ámbito donde los más valientes edulcoran su crítica vía un cobarde “con todo respeto”, él desbarata a los jugadores, los manda a la hoguera y si los alaba es declarándoles su libidinoso amor, y entonces no hay quien le crea.
Quizá influido por el narrador argentino Bambino Pons, la mancuerna que forma con Luis García dota de humor al futbol, una hazaña si en el césped ocurre una afrenta a la civilización tipo Monarcas-Tuzos fecha 3.
El viernes, sin embargo, sentí que si no evoluciona podría volverse sólo un carismático clown. Tras la derrota ante Ecuador en Copa América dijo que el Piojo es “populachero”, “porrista”, “marketinero”. Una cosa es “decir” que el Piojo es tal cosa y otra “decirle” al Piojo que es tal cosa. En lo primero no enfrentas; en lo segundo sí. Martinoli avisó al aire “estamos contigo, Warrior” para que su colega entrevistara a Herrera, aunque bien pudo solicitar que el técnico se pusiera los audífonos y lo oyera. No quiso.
Atacar sin opción de respuesta inmediata puede ser algo obligado (así son las transmisiones deportivas) pero no siempre valiente. Christian se ufana de que no pide entrevistas; para no caer en un monólogo estridente debería pedirlas.
Confrontar cara a cara y en público activa la inteligencia (o exhibe la ineptitud) y además es un acto de valentía: él y su adversario, al mismo tiempo, tienen la daga en la mano.
(ANÍBAL SANTIAGO)