Se ha vuelto ya tradición que cada jefe de gobierno del Distrito Federal, tenga su obra de infraestructura para automóviles como emblema de su administración: el segundo piso; la supervía; y ahora, el tercer piso a Santa Fe.
Podemos discutir su pertinencia en términos de política pública; o bien, su utilidad en términos de política electoral. Optaré en este breve espacio por lo segundo, y hay ahí varias lecturas posibles. La primera sería que se trata de una acción que, en el sentido democrático, produce una política pública dirigida a satisfacer las preferencias del grueso del electorado. Algo complicado si vemos que apenas 29% de los viajes diarios en la Ciudad ocurren en auto. Lo lógico bajo ésta hipótesis sería observar grandes inversiones en peatones y transporte público motorizado.
Yo tiendo a pensar que se trata de una combinación de dos fenómenos. En primer lugar, es un atajo informativo. Bajo un sistema de transparencia y rendición de cuentas que inhibe evaluar con precisión y oportunidad desempeño de políticas públicas, la visibilidad de estas obras permiten llegar rápido al “se ve que algo se hizo”. En segundo lugar, los que llamo (sin maldad) “panistas de chevy”. Un segmento poblacional de clase media – clase media baja, que tiene o aspira a tener pronto un vehículo; de preferencias electorales volátiles-; y que ve en estas obras una oportunidad para usar su coche (aunque sea prospectivamente).
La elección del 2012 fue una anomalía: el candidato de izquierda al gobierno local ganó 99.75% de las secciones electorales (5,139 de 5,524); mientras que AMLO ganó 93%. En las secciones que coinciden en un voto a la izquierda, 45% de los hogares tienen auto; en aquellos que votaron por Mancera, pero no por AMLO, 80.4%. No es menor. Del mismo modo, donde Mancera ganó y el PAN quedó en segundo (16% del total), 72% de las viviendas tienen auto; mientras que en las secciones donde el PRI se coló al segundo puesto, 42.3% de las viviendas reportaron tener auto.
Nótese que la ventaja de Mancera sobre el segundo lugar es más alta a niveles intermedios de viviendas con auto por sección electoral; al tiempo que secciones con más autos tienden a ser aquellas en las que el PAN obtuvo el segundo lugar.
Otro dato, en las secciones en las que Mancera ganó con una ventaja menor a 30% (632 en total), 68% de los hogares tienen auto; mientras que en donde lo hizo con una ventaja aún mayor, apenas 44%. Cierto, tener auto está capturando un efecto de ingreso; pero ese es justamente el punto: una política dirigida a quienes por ingreso se mueven en auto, que son pocos, pero relevantes electoralmente.
Tener Internet en el hogar guarda una relación similar con ingreso, ¿cierto?. Bien, en 923 secciones hay más hogares con Internet que con auto, en ellas, Mancera ganó con una ventaja promedio de 39% sobre el segundo lugar; mientras que en las 4,549 secciones con más autos que viviendas con Internet, la ventaja fue de 43%.
Ciertamente, estos números no permiten conclusiones rotundas, pero en una de esas lanzan preguntas relevantes para empezar a entender la lógica electoral detrás de costosísimas obras para atender intereses de una minoría en el DF: la economía política del cemento.
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(JOSÉ MERINO / @PPmerino)