LA EXTINCIÓN DEL LENGUAJE

En una conferencia dictada en el PEN Festival en el año 2006, el italiano Roberto Calasso –uno de los más grandes pensadores de nuestro tiempo— explicó lo siguiente en relación con el pensamiento de Confucio: «Una vez un discípulo le preguntó: “Si un rey un día os encargara un territorio para gobernarlo según vuestras ideas, ¿qué haríais en primer lugar?”. Confucio contestó: “Rectificaría los nombres”. Y luego le explicó a su desconcertado discípulo: si los nombres no son correctos, si no corresponden a la realidad, el lenguaje no tiene objeto. Si el lenguaje no tiene objeto, la acción se vuelve imposible y así todos los asuntos humanos se disgregan y administrarlos llega a ser fútil e imposible. Por lo tanto, la primera tarea de un verdadero hombre de Estado es la de rectificar los nombres».

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El lenguaje político que observamos y escuchamos día a día es tan desfachatado como lo son los actores y las actrices políticas que llevan las riendas del país. Los servidores públicos deberían de dedicarse, como su nombre lo sugiere, a la función pública. No obstante ni lo uno (el servicio) ni lo otro (la función) se ejercen en pos del bienestar público.

Cuando la alternancia democrática llegó, al ámbito estatal con el triunfo de Ernesto Ruffo en Baja California en 1989 y al federal con Vicente Fox en el año 2000, se abrió una tímida esperanza para el futuro del país. No obstante los partidos que han alternado con el PRI simplemente fueron a reclamar su pedazo del botín de tal manera que las prácticas políticas de antaño simplemente diversificaron a sus benefactores.

Entre los múltiples lastres que nos atraviesan, el ejercicio impune y cuasi totalitario de los gobernadores se encuentra muy arriba en la lista. Mandatarios de los tres colores se han despachado de forma obscena y descarada desviando recursos, censurando la prensa (eufemismo que hoy matiza la intimidación o el asesinato), utilizando a los poderes legislativo y judicial como extensiones o prótesis del poder ejecutivo, etcétera.

El círculo ha encontrado su cuadratura en la asociación que ha hecho dicha clase política con ciertos actores de la clase empresarial y de los medios de comunicación masivos para quedar resguardados incluso de los actos criminales más oprobiosos y flagrantes. Hoy la distancia entre los poderes fácticos y las personas de a pie es tan grande que se ha abandonado incluso el afán por conservar las formas políticas. El presidente es capaz de poner a un abyecto criminal electoral al mando de la prevención del delito y el presidente del partido tricolor puede decir que su partido brindará apoyo jurídico —si así lo solicita— a uno de los gobernadores más corruptos que jamás hayan existido.

La toma de la realidad es tan grande que los círculos más altos del poder han cooptado incluso el sentido del lenguaje. Además de los cientos de miles de muertos y desaparecidos que hemos sufrido en los últimos años, tenemos un motivo más para permanecer en un luto permanente: el significado esencial de palabras clave para el ejercicio de la vida pública —como por ejemplo el de la palabra democracia— ha dejado de existir.