La fachada del Presidente

Enrique Peña Nieto es el mandatario más impopular que ha tenido México en los últimos cuatro sexenios. Mientras a la mitad de su gobierno a Zedillo lo aprobaban 60% de los mexicanos, a Fox 58% y a Calderón 52%, a Peña Nieto sólo lo aprueba 39% de los mismos.

Y hay más datos. Si a Vicente Fox lo llegó a reprobar 34% de la ciudadanía
y a Calderón 38% en los peores momentos de sus gestiones, a Peña Nieto lo ha llegado a descalificar 60% de la población (Parametría).

Con estos números, cualquier político trataría de cambiar las cosas. No es el caso del Presidente. Como muestra, ahí está su inacción ante el informe de la Comisión Nacional de Derechos Humanos que denunció ejecuciones de la Policía Federal en Apatzingán a inicios de 2015; queda también como prueba la propuesta de Alejandro Jaime Gómez como candidato del Presidente para integrarse a la Suprema Corte, a pesar de haber sido señalado por la misma CNDH como el responsable de una procuraduría que torturó y encubrió abusos en el caso de los ejecutados en Tlatlaya.

El país reprueba al gobierno – incluso hasta en el manejo de la educación, a pesar de la intensa propaganda para posicionar al secretario de Educación Pública – pero sus titulares no se dan por aludidos. Porque la apuesta es mostrar que nada les hace mella: ni las críticas en medios, ni los bajos números en las encuestas, ni los escándalos de presunta corrupción.

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El gobierno ha apostado por cuidar la fachada. Por hacer como que todo está bien y seguir con su mismo discurso. Lo que quizá no sepa o no esté dispuesto a admitir es que si uno se fija con atención detrás de esa imagen de todo-va-bien, en el interior encontrará evidentes grietas, daños irreparables por todos lados, estructuras colocadas para sostener a muchos que hace tiempo debieron haber haber caído, y potenciales derrumbes que sólo esperan una ligera sacudida para cimbrar
a todo el lugar.

El gobierno puede engañar y engañarse diciendo que está tan entero como el día que empezó. Pero con tres años por delante y un poder que tiende a diluirse conforme avanza el sexenio, es un error estratégico apostar por ignorar todas las señales que muestran que el gobierno requiere cambios importantes. Sí, la fachada puede parecer intacta, pero cualquiera sabe que no es eso lo que mantiene en pie al edificio.